Unión Europea-Mercosur: pros y contras del acuerdo

Expertos analizan qué traerá el cierre de las negociaciones en Uruguay y advierten que falta mucho camino para hablar propiamente de un acuerdo. ¿Qué significaría este tratado para ambas regiones?

El anuncio dado en Montevideo tras 25 años de negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) podría finalmente dar pie al esperado tratado de libre comercio. Mucha agua ha pasado bajo los puentes, con cambios políticos, económicos, pandemia de covid-19, presiones y concesiones de por medio.

El mundo y el acuerdo también sufrieron modificaciones. De ser netamente un tratado para liberalizar el comercio, pasó a incluir una serie de otros aspectos acorde con el avance de los tiempos, como por ejemplo en los campos laborales y medioambientales. 

Más que llegar a un acuerdo propiamente tal en Montevideo, se trata del cierre de las negociaciones entre la Comisión Europea y los cuatro Estados miembro del Mercosur, como ocurrió en 2019. Entonces también se habló de un anuncio histórico. Sin embargo, finalmente no se avanzó hacia concretar el tratado. Todavía es pronto para decir qué ocurrirá en esta oportunidad, sobre todo considerando la oposición de Francia.

“Desde una perspectiva estratégica, geopolítica y económica, es una señal positiva de ambos lados de fomentar el comercio libre entre las dos regiones. Es también una señal hacia Donald Trump, quien ha amenazado con aumentar los aranceles”, dice a DW Detlef Nolte, investigador del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA), con sede en Hamburgo.

El experto alemán observa que es bastante simbólico que el preacuerdo de 2019 fue precisamente en la anterior administración de Trump. “Esta es también una señal del interés de la UE en América Latina. Además, muchos países europeos están en una situación económica complicada y desde esta perspectiva le conviene a Europa facilitar el comercio con los países del Mercosur”, añade. 

La gran duda es si el presidente francés Emmanuel Macron logrará sumar aliados para bloquear el avance. Una vez afinada la propuesta y revisada legalmente, debe ser traducida a los idiomas de los países de la UE. Luego debería ser sometida a votación por el Consejo y el Parlamento Europeo, donde requiere un quorum determinado.

Lo que se ha planteado es un acuerdo mixto, con la estrategia del “split”, de manera que la parte comercial, que negocia la comisión, sea votada por separado de la política. El camino no será fácil. Para el politólogo uruguayo Andrés Malamud, las noticias desde Montevideo son “una señal de optimismo y una presión hacia Francia”.

El investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa dice a DW que hay dos elementos que son más positivos que en 2019: “Tiene más camino avanzado porque hay una revisión previa hecha y contempla cláusulas ambientales. La desventaja es que en el primer acuerdo Macron festejaba y en este se opone”.

No solo un tratado comercial

“Cuando este acuerdo se planteó en los años 90 estábamos en tiempos neoliberales y se trataba fundamentalmente de reducir aranceles. Era un instrumento para liberalizar el comercio. Ahora es un acuerdo muy diferente”, dice a DW José Antonio Sanahuja, catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.

Junto con el aspecto comercial, destaca que “tiene un apartado político y uno de cooperación, y además se han adaptado sus cláusulas para que la liberación no sea completa y dejar reserva a los países de tal forma que se puedan poner salvaguardas ambientales, que haya espacio en los países del Mercosur para desarrollo industrial, que la UE minimice el impacto negativo sobre la agricultura y, sobre todo, tiene un capítulo muy moderno que incluye estándares muy elevados en materia ambiental, de igualdad de género y de derechos humanos”.

El experto español observa que también cambió el contexto: “Estamos en una crisis de la globalización y una competencia geopolítica entre China y Estados Unidos muy dura. La importancia de este acuerdo ahora es geopolítica. Es un instrumento para que ambas partes tengamos márgenes, autonomía estratégica y sobre todo nos sirva para evitar quedar atrapados en la crisis de la globalización y en la competencia geopolítica entre China y Estado Unidos”.

Ante la perspectiva global de guerras comerciales, aranceles elevados y el uso coercitivo del comercio, las inversiones y las materias primas, “un acuerdo de este tipo nos permite tener un mercado muy grande, sometido a reglas, donde tenemos la confianza mutua de que no nos vamos a hacer estas cosas”, consigna.

Críticas y temores 

Desde el Mercosur se advierte el peligro de liberalizar el comercio ante una UE competitiva en el sector industrial y manufacturero, que podría ahogar la débil industria local. Otra crítica es que se trata de un acuerdo extractivista, que fomenta la venta de materia prima a cambio de productos industriales.

En el lado europeo, en tanto, preocupa la amenaza del sector agrícola suramericano. “Especialmente crítica es Francia, pero también Polonia y Países Bajos. También se advierte que se puede dañar más el medio ambiente. En mi opinión, creo que detrás está el proteccionismo de algunos agricultores en Europa”, apunta Nolte.

Al respecto, el investigador de GIGA indica que el impacto en un sector que es minoritario frente a la industria no debiera ser importante para la economía europea: “Es una discusión sesgada y sobredimensionada. Este debate da la impresión de que vamos a tener una ola de importaciones de carne del Mercosur a Europa y la agricultura europea va a desaparecer. El problema en Francia es que el gobierno es muy débil y tiene medio de las protestas de los agricultores”.

El acuerdo no liberaliza totalmente la entrada de carne, sino por cuotas. “Hay muchos estudios que muestran que no va a aumentar tanto el volumen que va a llegar desde el Mercosur”, agrega. En el caso de Brasil, 80% de la producción es consumo local, y del resto, la mayoría se exporta a China. Europa tiene una participación menor, de entre 6% y 8% de lo que sale al exterior.

“Alguien lo ilustraba diciendo que lo que hemos abierto en el mercado europeo equivale a dos hamburguesas y un filete de pollo por europeo por año”, señala Sanahuja. Asimismo, observa que se propone un fondo compensatorio por eventuales pérdidas.

Aportes y oportunidades

“El aspecto positivo es que nos da acceso mutuo a un mercado de cerca de 800 millones de personas, para grandes, medianas y pequeñas empresas y elimina aranceles. Solamente para la UE, el ahorro por este concepto es de 4.000 millones de euros. A los mercosurianos les permite tener un acceso garantizado con lo que son más competitivos, el sector agropecuario, y nos permite juntos elevar estándares ambientales y laborales”, destaca Sanahuja. 

Ante un debate que califica como politizado y sobredimensionado en Francia, observa que este país “puede obtener enormes ventajas de este acuerdo en sus sectores del automóvil, industriales, agroalimentario de productos preparados, que van a tener mucha mejor entrada en Mercosur y además van a ser productos protegidos. El acuerdo incluye 200 indicaciones geográficas de origen europeo”.

“Lo que dicen los especialistas es que esto no es sobre comercio, sino sobre disciplinas e inversiones. Busca que lleguen inversiones europeas al Mercosur, no tanto que se abra el mercado. También busca imponer disciplinas en el Mercosur, elevar la calidad de las exportaciones, y lo obliga a cumplir si quiere vender”, subraya Malamud. Esto podría impulsar que la región modernice su industria para mejorar su competitividad. 

“Hay costos y beneficios heterogéneos, hay ganadores y perdedores en ambas regiones, pero el beneficio agregado es positivo dentro de Europa y el Mercosur, si bien hay sectores para los cuales no es así y deberán ser compensados”, concluye el investigador. 

(rr) 

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