Una imagen, mil palabras: Chau domingo

El pitazo final del árbitro se escuchó ya hace un buen rato, fue la señal indicada para abandonar el preciado lugar dominguero en el que conjugaron los sentimientos más diversos. Quienes invadieron aquel espacio estarán caminando con la derrota y su sabor amargo entre los dientes o con la victoria y su risa extendida con plenitud en el rostro; sin olvidarse del insulso tono que brinda un posible empate. Los unos y los otros, escapando de aquella tarde ya en decadencia, analizando a su manera los pormenores de un partido que ya es archivo.

El arco vacío y la nostalgia encendida cuando los protagonistas abandonan el escenario. Cae la tarde, se muere el domingo. Es el aliento del hincha que apaga su voz y guarda las ilusiones. El grito de gol ahogado o el canto glorioso elevado al cielo.

El sol sostenido en el horizonte con sus últimos rayos, observa incrédulo aquel desierto de escalones de madera, sin comprender que apenas horas antes, ellos cobijaban a cientos de personas que libraban sus gritos a los aires.

Hay árboles resaltando sus siluetas con el tenue brillo a sus espaldas, son ellos también quienes pintan una clásica escenografía de nuestro fútbol de tierra adentro. Los tonos brindan un atardecer digno de ser disfrutado para quienes claman por esos momentos. El arco, la valla, la meta, en primer plano. Está ahí sosteniendo la red hasta que el canchero se encargue de dejarlo desnudo. Comenzará entonces la larga espera por otro domingo de gargantas rabiosas y jugadores deseosos de llegar hasta él.

Se va el partido, se va la tarde, se la va música que mueve al fútbol. Al margen del resultado, nada apagará el sentirse hincha de esos colores, ni siquiera el ocaso de aquel domingo que ya no es tal y viajó al pasado. ¿Por qué? Es una pregunta que no tiene respuesta, como la pasión por un deporte que tampoco entiende de explicaciones ni de razones.

Por Mauricio Jacob

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