Una imagen, mil palabras: “A cara de perro”

– ¡Fede, más a la izquierda, un poco más… Ahí, ahí. No te movás!

El grito profundo del arquero con pantalones hasta la rodilla cruza toda la cancha a pesar que sus compañeros estén a 5 metros. La fuerza en la voz tiene por objetivo, el obedecimiento para su seguridad y la del equipo. Es que un tiro libre del rival, es una maniobra defensiva en la que no debe quedar nada librado al azar. Y el armado de la barrera es de vital importancia.

– ¡Más juntos, Nico! ¡Que no haya espacio! ¡Más pegado! ¡Ahí, no se muevan!

Los de la barrera ya están alineados a uno de los palos, el arquero listo para afrontar su destino sobre su costado en esos arcos de dimensiones acordes a los más chicos.

Sus compañeros quedaron en el medio del camino del ejecutante y el gol. Son precisamente una barrera que el adversario intentará eliminar. Los peques ponen la cara ante ese disparo, con la valentía que ello implica. Preparados para soportar un posible castigo en sus cuerpos, pero con el aliciente que eso evitará la posible caída de la valla.

El delantero saca el remate potente dándole de lleno al balón Nº 4. Levanta vuelo y los pibes que esperan dar con ese envío a quemarropa, hacen fuerza para que el golpe no cause el indeseable dolor. Por eso, el de la punta se prepara con una mano en la boca y en la otra en sus zonas más sensibles. Levanta su pierna izquierda tratando de conformar una armadura imaginaria.

El del medio está a la buena de Dios. Resignado salta en el aire y reduce su volumen llevando las rodillas hacia el pecho, mientras abre sus manos simulando tirarse de bombita al agua, pero su plan puede verse perjudicado por una caricia de pelota en una cara ya conmovida.

El de acá pone una mejilla, acomodando el rostro para el otro lado. Puede verse sus movimientos faciales arrugados hacia el perfil derecho, pensando en esconder lo más posible su boca y nariz. Las manos no protegen demasiado y eso es una desventaja. Poco le interesa porque lleva puestos los botines de sus sueños, los mismos que pidió a los Reyes Magos hace unos días.

Rostros desencajados, arrugados, caras de hacer frente al chancletazo de la madre (en otros tiempos), cuerpos endurecidos que esperan el impacto… pero finalmente la pelota pasa por el costado y se va lejos. Resultaron ilesos, al menos esta vez.

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