Una chata cargada de gloria

(Imagen ilustrativa)

No entra más alegría en sus rostros, no entra más felicidad en sus cuerpos, no entra más nadie en esa chata envuelta de pura gloria. No debe haber un vehículo tan noble en toda la historia como una Ford F100, quizás el Renault 12 o el Fiat Spazio y no mucho más. Pero la camioneta tiene ese rol distintivo de transporte masivo de cosas o de personas.

Dicen que comenzaron a fabricarse al término de la Segunda Guerra Mundial, la venta inició en 1948 y fue éxito rotundo siendo uno de los vehículos más vendidos en Estados Unidos. En Argentina la fábrica de Ford se instaló a finales de los 50 y modelo tras modelo con sus actualizaciones, siguieron manteniendo esa fidelidad con quien fuera el propietario.

El Pepe Godoy anda pisando los 65 pirulos, trabaja en el campo criando chanchos, gallinas y cuanto animal de vuelta por la tierra. Va y viene al pueblo donde coloca sus productos cien por ciento naturales y caseros. Como buen hombre de campo, arregla lo que sea, no anda con rodeos.

Según contó alguna vez tiene la F100 desde 1987, se acuerda bien porque fue después del Mundial de México. Se la compró a Don Benito que andaba necesitando unos pesos y puso en venta la chata que debe ser modelo setenta y algo. El Pepe no llegó con los billetes así que puso en la transacción algunos novillitos que tenía para engorde, iban camino a esas carneadas épicas con un chanchito blanco. Decenas de personas acudían a esos acontecimientos de varios días entre chorizos y fuegos interminables. Pero esa vez no lo dudó, había posibilidad de negocio y la Ford venía al pelo para los quehaceres. La Estanciera del 65 que le había dejado su viejo, ya no daba más y pedía cambio desde hacía rato.

La noche anterior a la foto, El Pepe fue a refrescar la garganta a la cantina del Social Deportivo, jugar unos trucos, hablar un rato al pedo de política, fútbol y cuántos temas hubiera que analizar entre señas y vino tinto. Ahí mismo contó que al otro día tenía que llevar a su hija y a las gurisas que jugaban a la pelota en el equipo del club. Había campeonato en el pueblo cercano y sin actividad en torneos de liga, era una chance inmejorable para no perder el ritmo ni olvidarse lo que era una cancha. La chata también estaba allí esa noche previa de sábado. Dijo que le había llenado el tanque en la YPF de Garzón y que seguía con el capot atado con alambre porque se había roto no sé qué mierda de la palanquita que lo trababa. Nada más argentino que un arreglo con alambre.

Tal como estaba planificado, al otro día cargó a las gurisas que esperaban en el club. En la vereda con sus bolsos, a escasos metros donde horas antes El Pepe había ganado una falta envido con 32 de mano. El torneo se jugaba en el pueblito que quedaba a unos 20km de allí, en la cancha de la escuela, campeonato relámpago le dicen, esos que arrancan y terminan en el día. Los equipos de chicas se conformaban de siete jugadoras y hasta cinco suplentes.

Cuando llegaron las gurisas se calzaron los botines y las remeras debajo de un añejo sauce ubicado desde hace siglos al costado del alambrado que rodeaba la canchita. El aroma a tortas fritas ya inundaba el ambiente, unos silos bolsas simulaban paredes temporales cerca del fuego para frenar el viento que solo llegaba para joder. El esmerado servicio de cantina no era más que agua caliente para el mate, las tortas en grasa hirviendo, choripanes y bebidas que se refrescaban en tachos  de 200 litros recortados con hielo y agua.

El Pepe se acomodó con un pie en el hilo inferior del alambrado, sus manos se apoyaron en el de más arriba mientras saboreaba su pucho Red Point traídos directamente del Paraguay vía lancha escapista. Recordaba de paso, sus tiempos de protagonismo en otros campeonatos relámpagos de décadas pasadas, sobre todo aquellos organizados por la cooperadora de la Escuela 70. Se jugaba a matar o morir, casi literal, no había plata ni copitas de premio, se iba a todo por la vaquilla o en su defecto conformarse con algún cordero y la sabrosa damajuana de vino tinto “Mar de Arena”. “¿¡Sabés lo que sería jugar por una vaquilla hoy en día!?”, le decía  El Pepe a un gaucho del lugar tan canoso como él.

Pasado el mediodía las chicas descansaban en ese lugar elegido para hacer base. El Pepe abrió uno de los táper que meses atrás supo tener helado y repartió los sanguchitos de miga que tenía preparados para la cita deportiva. Alguna morfaba solamente fruta, otra se pasaba átomo en el gemelo, una estiraba sus piernas, en fin, había que seguir el torneo que las tenía victoriosas.

Dicen que Godoy era arquero en su juventud, arquero de los buenos. Llegó a entrenar en la Primera del equipo del pueblo pero dejó porque no lo soportaba más al entrenador, el Negrito Saldaña, tan repugnante como pesado. Antes de cagarse a trompadas decidió no practicar más y se limitó a los torneos esporádicos donde deslumbraba con sus malabares y acrobacias aéreas. Prácticamente no había director técnico en esos elencos, algún delegado o especie de coordinador a lo sumo. La formación y los cambios quedaban establecidos entre los más experimentados o influyentes del grupo y punto.

Las pibas de Social Deportivo alcanzaron la final y salieron a jugar ante uno de los equipos del pueblo anfitrión. Jorge Benavidez dio la orden de inicio del partido, en realidad era el Chivo Benavidez, el carnicero del pueblo, nadie lo conocía con su nombre de pila. Tan gordo como buen parrillero. Líder absoluto de los asados con cuero que vendía la cooperadora de la Escuela para juntar unos pesos.

No fue sencillo, pero las gurisas lograron un célebre triunfo con gol sobre la hora de la hija del Pepe, Claudita. Encontró un rebote al borde del área, le entró mordido,  horrible, el remate salió fulero y débil, pero antes de llegar al arco picó para la mierda en un espartillo y descolocó a la arquerita local que no era otra que la hija del Negrito Saldaña. El gol se gritó con furia y no hubo tiempo para mucho más. Movieron del medio a las apuradas, tiraron la pelota afuera y el Chivo no tuvo más remedio que pitar el final.

Hubo festejos, abrazos, cantos, el Pepe saltaba como parte del equipo y le hacía señas a lo lejos al Negrito Saldaña que andaba cerca de la cantina viendo sin ver aquel grupo de extranjeras que se llevaban la victoria sobre la chata.

Ya de regreso las chicas revolean trapos al viento, las manos golpean el techo, la copa se aferra a las campeonas, como así también el porcentaje de la inscripción que había como premio. La F100 las lleva orgullosa, manifiesta el paso del tiempo pero con orgullo. Hay caravana, hay recibimiento, hay celebración en el club.

El Pepe Godoy les paga un par de cocas de vidrio, se compra un vaso de vino tinto y se acomoda en la silla de madera al lado de la mesita chica, a la espera de sus rivales de turno para una nueva sesión de truco. Él también tiene su campeonato en la ya noche del domingo.

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Por Mauricio Jacob
Desde Crespo
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