Un cuento para el entretiempo: Los goles después del ocaso

¿Leíste alguna vez “Esperándolo a Tito”? Si lo hiciste vas a saber de lo que te hablo y hasta te imaginarás el final. Desconozco si aquella historia de Eduardo Sacheri sucedió realmente o fue inspirada en algún hecho, pero esto que te voy a contar pasó realmente, tuvo nombres propios, protagonistas de carne y hueso, escenarios verdaderos que le dieron vida a una anécdota que atraviesa generaciones.

Vayamos al contexto para que tengas una idea inicial de lo que te estoy contando. En la localidad de Coronel Baigorria, se jugaba el tradicional campeonato de fútbol libre del Club Cultural. Un torneo nocturno de cada verano que convocaba a decenas de equipos provenientes de los pueblos más cercanos. La gente se agolpaba durante cada noche y no tengo dudas en afirmar que tenía más público que la Liga misma. Bueno, de hecho, casi todos los jugadores que participaban en la Liga eran parte de este torneo, por eso el reglamento marcaba que cada equipo no podía contar con más de tres futbolistas fichados en clubes que competían oficialmente.

De modo que los respectivos combinados tenían piezas de interesantes virtudes ya sea para ocupar el arco, un lugar en defensa o siendo formidable definidor. Uno viendo los nombres comenzaba a teorizar sobre los posibles candidatos o no. Es que el torneo nocturno era tema de conversación cada día durante su desarrollo, salía en los diarios del pueblo, acudían fotógrafos para eternizar los momentos, los resultados se difundían en la radio como así también la agenda de partidos. Tenía una difusión fantástica, gozaba de buena prensa a pesar que cada tanto los episodios pugilísticos eran un capítulo más dentro de su mitología.

Llegaban camionetas con familias provenientes de otros pueblos para alentar a su equipo, hasta se armaba duelo entre hinchadas con un colorido sumamente llamativo para un sencillo campeonato libre. Te digo esto para que entiendas lo que era.  

El protagonista de quien te quiero a hablar precisamente es de otra localidad pero integraba un equipo de Baigorria, una especie de refuerzo. El tipo era jugador de Liga, un número diez exquisito, inteligente, con extraordinaria habilidad para estos campos de más tierra que césped. Hacía la diferencia en cualquier cancha y estaba siendo tenido en cuenta por los equipos de ascenso de la capital, es más, ya en ese verano se hablaba que iba a pasar a uno de ellos.

Igualmente al muchacho no le movía un pelo esa posibilidad, le encantaba jugar a la pelota pero no se desvivía por triunfar en un equipo grande o hacer carrera como profesional. Era feliz jugando la Liga para el equipo de su pueblo, General Belgrano. También se decía que quería volcarse al mundo pastoral ya que era un fiel practicante de la religión mayoritaria de su localidad. Aquella se fundó sobre bases adventistas, de raíces muy fuertes en cada familia, con cada integrante apegado fuertemente a sus ideales y normas de vida.

Como cada religión ésta posee sus particularidades como por ejemplo sobre el consumo del alcohol, el tipo de carne a ingerir y la santificación del sábado, además claro de las enseñanzas que dan forma al ser humano en cuanto a conducta y proceder diario.

En fin, vos estarás pensando para qué cornos me cuenta todo esto. ¿Qué tiene que ver? Tiene mucho que ver porque hacia ahí va el camino de la cuestión.

Daniel Peco Schneider es el nombre del crack. Buen tipo, empleado administrativo en el municipio, jugador de fútbol desde siempre pero con grandes virtudes para el deporte que sea. Zurdo, habilidoso, rápido, ágil, un verdadero artista de lo imprevisto. Toda su vida se movió como enganche o media punta, alimentando los deseos del gol de su hinchada y conduciendo los hilos a la gloria, en fin, un dispensador de proezas.

Ídolo en Deportivo Belgrano de su pueblo, en este verano aprovechó el parate liguista para integrar el equipo de Corralón Maipú que apuntó sus cañones al tradicional torneo de Baigorria. El nombre del elenco aludía al exclusivo sponsor que ponía el dinero para la inscripción, ni más ni menos. Una especie de sociedad anónima.

Te dije que Peco era fiel adventista como muchos de sus conciudadanos, acatando cada premisa que la religión enunciaba en sus textos. Una de ellas es el respeto por el sábado, se trata de un día de comunión especial con Dios y debe ser iniciado y terminado con cultos de puesta de sol breves y atractivos, con la participación de los miembros de la familia. Esto perdura del ocaso del viernes al ocaso del sábado.

Para santificarlo, los adventistas se abstienen de actividades laborales en dicho día. Además evitan participar en otras formas de recreación seculares como competencias deportivas, ir de compras o mirar programas de televisión.

Bien, ¿te seguís preguntando a dónde voy con todo esto? La programación de partidos en el torneo nocturno, arrancaba desde las 21.00 en las jornadas de entre semana: martes, miércoles y viernes. En tanto que los sábados, donde se disputaba siempre un partido más, el puntapié inicial se daba a las 20.00, es decir minutos antes de la puesta de sol allá por el infernal verano. Creo que con esto me vas entendiendo, ya vas captando para dónde va la historia.

El campeonato de Club Cultural atravesaba su instancia de cuartos de final, para lo que debió efectuarse el sorteo con los delegados presentes. Un par de noches antes del sábado, hubo una convocatoria y la reunión avanzó rumbo a la programación. El destino quiso que el primer partido sorteado fuera el de Corralón Maipú ante Despensa Los 5 Hermanos. A las 20.00 horas.

Los delegados se retiraron pensando en el adversario de turno, sus características, sus puntos fuertes o débiles. Esa misma noche comenzaron a comunicarse con los futbolistas en el grupo de Whatsapp, vertiendo la novedad del rival, día y hora del duelo. Todo con absoluta normalidad hasta que Peco escribió un solo mensaje: “A esa hora no puedo”. El escalofrío se apoderó de todos. “¿Por qué?”, interrogó de inmediato el Gato Medina, el arquero del equipo. “No me lo permite la religión”, argumentó el crack. Listo, se pudrió todo, pensaron.

Como te conté, Peco era adventista y la santificación del sábado culmina con la puesta de sol, en enero eso anda cerca de las 20.30 o unos minutos antes.

Iniciaron las gestiones ante los organizadores y delegados de Despensa Los 5 Hermanos para manejar otra posibilidad, pero hubo respuestas negativas por todos lados, fundamentalmente del rival ya que vio en ese problema una posibilidad de tomar ventaja ante la ausencia de la figura.

Llegado el maldito sábado de los cuartos de final, el ánimo del equipo se arrastraba por el subsuelo. Si bien se trataba de un elenco bastante compacto, la ausencia de Schneider era un presagio de una noche oscura, de un desenlace anunciado.

Cerca del mediodía, Peco mandó un mensaje de la nada misma: “Buenas, ¿qué les parece si salgo para allá luego de la entrada del sol?”.  A lo que el DT preguntó: “¿A qué hora sería eso Peco? ¿Llegás para jugar unos minutos?”. El diez, quien ya había sacado todos los cálculos posibles con tal de cumplir sus obligaciones y no dejar en banda a sus amigos, dijo: “Profe, el sol se va como a las 20:25. Los partidos tienen dos tiempos de 30 minutos, así que en cuanto desaparezca el último rayo, rajo para Baigorria. En diez minutos llego y me sumo para el segundo tiempo”.

Los mensajes de aprobación y alegría se multiplicaron al unísono, y se puso en marcha el plan Peco.

En la tarde/noche de los cuartos de final, aún la concurrencia no era masiva como en otras oportunidades. El horario del primer partido atentaba contra aquella escenografía que sí se vería en los cotejos siguientes. El sol aún presente, repelía las almas futboleras que preferían la complicidad de la refrescante noche.

Los muchachos de Corralón emplearon todo tipo de táctica para retrasar el inicio del juego, sabiendo que cada minuto valía oro para el arribo de Peco. Los de la Despensa no entendían bien a qué se debía ya que daban por sentado que Daniel no iba a pisar la canchita.

Bajo las órdenes del árbitro Julio Pastori, ex juez de liga pero aún partícipe de estos torneos, se puso en marcha el partido que mandaría a uno a la semifinal y al otro a mascar bronca en la cantina del Club. 20:10 fue el horario de inicio, un negocio espléndido para los del Corralón, pero en el campo las cosas no iban saliendo igual. Comandados por el Negro Benavidez, un número nueve más grande que un ombú y más potente que un tractor, los de la Despensa dominaban con intensidad.

No fue extraño que a los 5 minutos un remate pegara en el palo; tampoco que el Gato Medina se revolcara para todos lados a puteada limpia con sus compañeros; menos llamó la atención que antes de los 15 Benavidez metiera un fierrazo desde afuera del área directo al ángulo superior derecho para el 1-0.

Faltaban 15 minutos más y los del Corralón no encontraban manera de frenar aquellos intensos ataques, entonces el DT les pidió que enfriaran el partido. Traducido, si no podían equilibrar al rival, la idea era cortar el juego, hacer tiempo, desparramarse en el piso acusando un dolor inexistente, reclamar cada acción y reacción, demorar lo que sea para que el reloj comenzara a caminar sin pausa hacia el entretiempo.

Se convirtió en un encuentro que alimentaba bostezos, ideal para los planes del Corralón cuyos suplentes no paraban de mirar el celular aguardando el mensaje de Peco, otros directamente se ubicaron en la puerta del club a la espera del arribo del enviado que salvaría sus vidas.

Culminó la primera mitad con la victoria 1-0 de Despensa, pero con sobrados méritos de haber extendido la diferencia. El rival, distendido, descansaba en alrededor del improvisado banco de suplentes. Los del Corralón masticaban nerviosismo y cierta tensión brotaba por sus poros ante la ausencia de Peco; tensión que casi causó calambres cuando el árbitro los convocó para el complemento.

Las miradas de los futbolistas no tenían eje, estaban perdidas como fuera de foco, con la mente ajena al campo y con la esperanza a punto de perecer debido a la posible defraudación de Schneider. Fue allí cuando algunos gritos del exterior despertaron a los de adentro. Era Peco que había llegado a medio cambiar saludando apresuradamente y buscando una remera para entrar a la cancha cuando lo dispusiera el DT.

El segundo tiempo había comenzado y ahora los que tenían un rostro desencajado eran los de la Despensa. No entendían lo que estaba sucediendo, no querían creerlo pero era real, el tipo éste había llegado y se predisponía a entrar.

Ni bien la pelota salió de la cancha, el DT hizo el cambio y lo metió a Peco en lugar del Pelusa Rosales que salió gustoso. El equipo comenzó a funcionar como siempre, con dinámica, ida y vuelta y la diabólica habilidad del 10 que se bancó todas las patas existentes en el planeta. A los 14 minutos Peco estampó la igualdad con un tiro libre precioso desde el borde del área que se coló contra el poste zurdo del arquero. A los 20 desató la euforia de los presentes cuando tomó la pelota en la mitad del campo y comenzó a deshacerse de rivales en dirección al depósito de gritos sagrados. Cuando el uno salió desesperado para impedir lo irremediable, el caradura de Peco se la picó sutilmente para el 2-1 final.

Así como te lo cuento pasó. No fue hace mucho. Corralón Maipú se metió en semifinales con un triunfo de la mano de este fenómeno que se sumó cuando el sol se despidió de aquél sábado. Sé qué pasó realmente porque estuve allí, junto a este grupo de jugadores como uno más. Incluso todavía me hace ruido la charla después del partido cuando todos se cambiaban a la espera de bebidas y sándwiches.

No sé cómo venía la mano pero el DT comentó que los goles de Peco habían sido a los 14 y a los 20 minutos, a nadie le llamó la atención salvo al mismo autor de los tantos: “Ah, mirá vos qué curioso”, dijo Peco. “¿Qué? ¿Por qué?”, le preguntó el profe. “Según recuerdo en la Santa Biblia el sábado es citado muchas veces en los cinco libros, 14 en el libro de Éxodo y 20 en libro de Levítico. Nada, eso”, respondió Peco mientras guardaba los botines en su bolso ante la mirada de todos.  

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Por Mauricio Jacob
Desde Crespo
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