Un cuento para el entretiempo: “La maldición de Don Cabañas”

Don César Cabañas era sinónimo del club, prácticamente no se concebían por separado, una imagen llevaba directamente a la otra, eran dos piezas de un mismo rompecabezas. Fue uno de los fundadores, de los gestores, de aquellos hombres que se levantaban y lo único que pensaba era en su club, su propia casa. Ferrocarril Central llegó a este mundo de tierras adentro hace unos 50 y pico de años, nombre inspirado en la estación de trenes en torno a la que nació el mismo pueblo; así como tantos otros de estos lugares. Mientras esas venas de vías se iban extendiendo por el país, los asentamientos comenzaban a crecer gracias al espíritu productivo de las primeras familias que forjaron los pequeños submundos.

Don Cabañas era casado pero no tenía hijos, se podría decir que su hijo del alma y del corazón era el club; un club humilde, de pueblo, pero donde sobraba el afecto, la solidaridad y también la pasión, ese sentimiento infaltable hacia los colores rojos y negros de aquella cuna de ilusiones llamada Ferrocarril. Don César tomaba unos mates con su esposa Marta y se iba directamente a abrir el portón de la institución, el fútbol era lo único que se practicaba por esos tiempos y él siempre deseaba que aquel pibe que quisiera patear un rato, pasara por allí y lo hiciera libremente. Cortaba el pasto, marcaba la cancha, pintaba, a veces lavaba la ropa del equipo, todo lo que pudiera hacer, lo hacía…hasta que su cuerpo lo permitiera. Por eso no fue extraño que el pequeño escenario de juego llevara su nombre: Estadio “Don César Cabañas”, aunque de estadio solo guardaba el nombre. Apenas un cuerpo de tribunas de madera de unos 20 escalones, emergían sobre los desnudos costados del rectángulo.

Sufrido era aquel Ferrocarril, como el mismo pueblo en el que había nacido donde tras la desaparición del tren, se cayó en un abismo del que está intentando salir a fuerza del trabajo de sus pobladores. Ferro integró la Liga Zonal desde que ésta se creó, fue uno de los clubes que la gestaron y allí también estuvo Don Cabañas con su voz y voto. A pesar de estar desde el pitazo inicial del primer torneo, el club no pudo levantar una sola copa. Era entendible en los días iniciales de la Liga ya que Ferro recién estaba buscando su identidad como club, igualmente se las rebuscó para que en un puñado de torneos sus equipos llegaran a instancias decisivas, acariciando la gloria. Fueron dos finales perdidas antes de un momento bisagra, cuando un manto oscuro cubrió su historia y justamente con Don Cabañas estuvo como protagonista llevando adelante un acto que causó estupor. Con el transcurrir del tiempo, los hinchas del rojo y negro comenzaron a sospechar, a pensar, a creer, a convencerse que algo proveniente del más allá había caído sobre el club debido a ese episodio. Algo maldito rondaba por sus dominios.

No hay testigos de lo sucedido, solamente la palabra de un vecino al que el propio Don César le contó lo que había hecho con sus propias manos. Hace al menos 15 años de esto, tiempos de un verano de esos sofocantes, durísimos de soportar y con una sequía galopante que atentaba contra la producción de toda la región. Como buen pueblo creyente, inmerso en la fe, hubo plegarias de todos los colores a la patrona Nuestra Señora de Guadalupe. Incluso el Padre Juan organizó una procesión llevando la virgen pidiendo por la necesaria agua para los castigados campos. La caminata de todos los vecinos se repitió durante 5 tardes hasta que finalmente las plegarias fueron escuchadas y desde los cielos comenzó a desprenderse la lluvia implorada.

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Pero aquel agua por la que se rogaba con cada suspiro, no cesaba de caer. Fue prácticamente una semana de paños grises en el firmamento descargando sus hilos sobre el pueblo. Los suelos agrietados se convirtieron en lagunas, las calles intransitables, los sembrados imposibilitados de continuar su ciclo. Se pasó de un extremo a otro y obviamente sin que la pelota pudiera girar libremente en el club. Harto de ello, Don Cabañas se dejó llevar por su espíritu iracundo y sin pensarlo dos veces, sin decirle nada a Marta, tomó aquella noche la imagen de la Virgen de Guadalupe que estaba al lado del televisor rodeada de velas y estampas. Se fue con ella al patio bajo la lluvia y la arrojó al pozo de agua. “¿Querés agua, virgencita? Allá abajo tenés toda la que quieras”, fueron sus palabras. Al menos eso le contó al vecino quien luego se encargó de difundir de boca en boca.

Lo extraño de todo esto fue que al otro día, la lluvia cesó y el propio Don César se autoproclamó como el artífice de la mítica conquista. Algunos lo felicitaron como afirmando que hasta los santos lo respetaban, otros no le creían, para muchos fue una mera coincidencia y ese episodio de la virgen pasó desapercibido y olvidado. Al año siguiente, lamentablemente Don Cabañas dejó este mundo y con él se fue una parte grande del pueblo e inmensa del club y enterrado a su lado aquella leyenda que todavía tendría un desenlace.

Ferro siguió su vida deportiva y con ella su lucha por la anhelada primera corona en la Liga Zonal. Armó equipos muy competitivos, creció fuertemente en todos los sentidos, se volvió un rival respetado, pero la suerte le era esquiva de una manera que ya se volvía insoportable. Tras la muerte de Don César, el club alcanzó la admirable cantidad de siete finales, pero con el insólito resultado de haberla perdido a todas, cada una de ellas, cinco de las cuales fueron consecutivas. Una verdadera rareza histórica. Una extrañeza sin antecedentes. La de hace seis años fue increíble porque había ganado 2-0 en el duelo de ida, pero en la vuelta jugada en su casa, ante todo el pueblo, fue inversa. Incluso ganaba 1-0 acariciando la gloria cuando apenas restaban 8 minutos para el pitazo final, sin embargo en ese lapso el adversario llegó a marcar 3 tantos y luego se impuso por penales. Imposible de imaginar.

Al año siguiente Ferro también había logrado la ventaja en el primer cotejo, pero dicen que en la revancha el arquero y un delantero fueron tentados por dirigentes adversarios quienes le ofrecieron una jugosa cifra de dinero a cambio de un rendimiento deslucido. La última, de hace dos temporadas, rozó lo paranormal. Empate sin goles en la ida, se repetía el resultado en la vuelta de local; pero en el instante final, Ferro tuvo un penal soñado a su favor. Cuando el 10 se dispuso a patear, se desató un diluvio universal. Una lluvia abismal que hizo resbalar al crack del pueblo cuando ubicó su pie de apoyo al lado del esférico, mandando la pelota al baldío más lejano. Paso siguiente, fue derrota por penales.

No había más que hacer, todos los vecinos ya hablaban que algo maléfico estaba en el Estadio “Don César Cabañas”. Era la única manera de explicar que Ferro perdiera siete finales en los últimos 14 años, cinco de forma consecutiva. Invocaron brujos, curanderos, lo que fuera para cambiar la suerte del equipo. Hubo misas en la cancha, fue regada con agua bendita, hasta los jugadores recibieron bendiciones del cura, pero nada de nada. La suerte siguió esquiva.

Arturo Sanabria, el actual presidente, fue quien tuvo la idea, fue quien cansado de pensar por qué la maldición estaba en Ferro, cayó en que aún quedaba algo por hacer. Repasó en detalle cada torneo desde que comenzó esta racha nefasta y halló que había tenido su primer capítulo al año siguiente de aquel temporal de siete días que arrasó con el pueblo y los sembrados, un año después que naciera el mito construido por el finado Don César, ese que había surgido luego de haber lanzado la imagen de la patrona al pozo de los infiernos. La Virgen Guadalupe había sido ultrajada.

Sanabria convocó a una reunión de urgencia a los integrantes de la Comisión Directiva y le trasladó su pensamiento. Algo había que hacer. Rescatar la imagen de aquel pozo ya no era posible debido a que había sido tapado y cubierto de escombros tras el adiós de Cabañas primero, y de su esposa meses después. Tampoco tenía hijos que pudieran pedir perdón de rodillas o iniciar una peregrinación hasta la capital. Solamente quedaba una cosa: modificar el nombre del estadio, un cambio radical en la historia de Ferro contra una de sus figuras más respetadas.

Reñida fue aquella discusión, horas y horas de debate hasta que se decidió votar y por dos de ventaja se eligió quitar de la cancha y de los estatutos el nombre de Estadio “Don César Cabañas”. El paso siguiente fue determinar qué denominación llevaría y todos coincidieron en uno: Estadio “Virgen de Guadalupe”, en honor a la patrona.

Comenzada la temporada de este año los dirigentes efectuaron el acto oficial mediante el cual fue descubierto el cartel con el que se identificaba a la cancha. Las reformas implementadas sirvieron como excusa para llevar a cabo una especie de reinauguración y de paso rebautizarlo con presencia del intendente y autoridades del pueblo sin demasiado escándalo. Ya no había vuelta atrás, iniciaba un cambio histórico en la esencia de Ferro.

Era lo último que tenían en el abanico de posibilidades para torcer esa maldición, los dirigentes e hinchas habían llegado a hacer todo tipo de locuras buscando exorcizar al rojo y negro, pero sin resultado. Por eso mismo, unos diez meses después del cambio de nombre, fue aceptado que la imagen de la Virgen sea llevada por los jugadores con sus brazos apuntando al cielo para ella llegara lo más cerca posible, no hubo oposición para que la patrona sea parte de esa celebración, de esa desequilibrada vuelta olímpica. Algunos corrían detrás de la Virgen y otros con la Copa, pero nadie absolutamente nadie quería salir de la cancha esa tarde inolvidable llena de sol brillante, todos eran presos de una misma locura, se estaban desahogando tras décadas y décadas de padecimiento, alcanzaban el pedestal de la gloria, se coronaban por primera vez como campeones de la Liga. El sueño de todos, la ilusión de cada habitante del pueblo, era al fin una realidad. Ferro ya no tendría más esa deuda con la historia y lo más importante de todo, el club ya estaba en paz con Nuestra Señora de Guadalupe.

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Por Mauricio Jacob
Desde Crespo
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