Todos festejemos este Día del Niño

Como cada año, agosto es uno de los meses más esperados por los más pequeños, porque se festeja el Día del Niño, fecha en la que probablemente reciban un juguete, tengan una salida especial con sus padres al parque o a su lugar favorito, compartan una merienda con amiguitos, entre tantas otras actividades, que simbolizan la expresión de afecto de sus familiares adultos. A partir de la última década, cada familia opta por cuándo celebrarlo. Para algunos antes, para otros después, lo cierto es que todos los padres destinan un domingo de agosto para hacerlos sentir protagonistas. Por una cuestión comercial, la Cámara Argentina de la Industria del Juguete decidió que se conmemore el tercer domingo, pero lejos de los propósitos económicos, la ONU recomienda instituir un día en el que se promueva la fraternidad entre los niños, se fomente el respeto de sus derechos y se realicen jornadas tendientes a su bienestar.

“Niñez” es un término muy amplio, aplicado a quienes atraviesan una etapa de desarrollo, comprendida entre el nacimiento y la pubertad o adolescencia. Todos hemos sido niños alguna vez y sabemos que el recuerdo de esas primeras vivencias se atesoran para siempre en el corazón y la memoria. La pregunta favorita de un niño es ¿Por qué? Y sin importar la edad, esa pizca de curiosidad será la que lo lleve por la vida, interesado en conocer y aprender. Para todo chico, sus padres son los grandes héroes. Esos que lo protegen y cuidan día a día. En toda relación padre e hijo, habrá felicitaciones y penitencias, consejos y retos, momentos de alegría y tristeza, que probablemente los más pequeños no alcancen a comprender. Pero no pasará tanto tiempo hasta que descubran que mamá y papá le estaban enseñando a dar sus primeros pasos por el camino correcto, corregían sus errores y buscaban sembrarles valores que los transformen en personas de bien dentro de la sociedad. Vaya si es importante entonces el rol de los adultos en la vida de un niño. Reír, estudiar, jugar y soñar deben ser sus únicas obligaciones, porque sus esfuerzos tienen que estar puestos en absorber todas las lecciones que le servirán hasta el fin de sus días. En esta fecha, El Observador les dice a todos los niños un MUY FELIZ DIA! y a todos los adultos, que no pierdan la oportunidad de ser sus ejemplos.

El niño y los clavos

Había un niño que tenía muy, pero muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma, que clavase un clavo en la cerca de detrás de la casa. El primer día, el chico clavó 37 en una madera. Al día siguiente, menos y así en los días posteriores. El niño se iba dando cuenta que era más fácil controlar su genio y su mal carácter, que clavar los clavos en la cerca. Finalmente, llegó el día en que el pequeño no perdió la calma ni una sola vez y corrió a decirle a su padre que no había tenido que clavar ni un clavo. Él había conseguido, por fin, controlar su mal temperamento, sus berrinches y sus malas expresiones. Su padre, muy contento y satisfecho, le sugirió entonces que por cada día que continuase controlando su carácter, sacase un clavo de la cerca. Las semanas fueron pasando y el chico pudo finalmente decir al buen hombre que ya había sacado todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó a su hijo de la mano hasta la cerca del fondo de la casa y le dijo: “Mirá hijo. Has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate todos los agujeros que quedaron en la madera. Jamás será la misma. Lo que quiero decirte es que cuando dices o haces cosas con mal humor, enfado y con malas intenciones, dejas una cicatriz en las otras personas, tan profundas como estos agujeros en la cerca. No alcanza con que pidas perdón. La herida estará siempre allí. Y una herida física es igual que una herida verbal. Los amigos, así como los padres y toda tu familia, son verdaderas joyas a quienes tienes que valorar y nunca lastimar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchan, comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte”. Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos, hicieron que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter y aunque pasaron los años, desde entonces fue siempre obediente y amable. (Autor: Jorge Bucay)

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