Objeto Volador Identificado

“La puso en órbita”, dice el relator, frase clásica y precisa para describir cuando un pelotazo surge desde las entrañas de una defensa apresurada por el ataque rival. Ese pelotazo debe poseer una violencia manifiesta a tal punto que el balón parezca desaparecer en la infinidad del cielo.

“¡¡¡Salimos!!!” grita el autor del disparo. Un claro mensaje para sus compañeros de equipo, no se trata de irse de la cancha sino de escapar de esa cueva instalada en la boca del arco. Adelantarse unos metros para respirar y presionar un poco más allá del área, hasta que la pelota se digne en caer en alguna parte del planeta.

“Alta en el cielo”, narra el periodista televisivo cuan metáfora vinculante con la bandera patria que se eleva majestuosamente ondeando por la acción del viento. El objeto identificado también surcará el aire, dejando su estela de desencanto hasta volver a encontrarse con el césped que le brinde hospedaje temporal antes de un nuevo viaje.

“Yo era un jugador inteligente, sabía que no sabía”, declara Mostaza Merlo. Volante áspero de buena marca, fuerte, impasable. Pero con algunos inconvenientes al momento de manipular ese elemento de adoración con sus pies. El equilibrio justo para un recordado mediocampo de River completado con Jota Jota López y el Beto Alonso. No se ven jugadores de la talla de Merlo por estos lados, pero sí varios que siguen su filosofía: la de ser “inteligente”.

“De punta pararriba”, tira el periodista radial de la otra cabina, uniendo dos palabras en una. A pesar de ser complejo darle a la pelota de esa manera, el dicho se instaló para siempre. Porque para pegarle exitosamente de puntín y hacia las alturas, hay que calzarla desde abajo para lograr el ángulo propicio para el rechazo, caso contrario saldrá para cualquier lado menos para el cielo. Es más una frase creada para la ocasión pero que no cumple en su sentido real.

“Y la pelota se hizo luna”, poetiza el Turco Wehbe en los relatos de partidos nocturnos. Una manera elegante para disimular la atrocidad que acaba de hacer el jugador al desparramar su fuerza contra ese indefenso balón. Sin piedad la tira a las profundidades de la noche.

Viaja la pelota envuelta en silbidos de los hinchas adversarios al ejecutante. Para ellos, la maniobra es sinónimo de burrada, de un jugador limitado, del rústico, del que no sabe, del bruto, del patadura. Claro que no entenderán la circunstancia en que sucedió tal hecho porque lo miran desde un solo punto de vista. El de ellos.

Viaja la pelota en búsqueda de un destino, de un pie solidario que la trate con sutileza, que la haga sentir importante nuevamente y no la menosprecie. Surgirá entonces una posibilidad para quienes “andan mendigando en la cancha, una gambeta, un caño”, una jugada digna del aplauso.

Por Mauricio Jacob

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