Miedo al tiempo libre: La “ociofobia”, un mal que se agrava en vacaciones

La mirada clavada en el horizonte, la arena y el mar (puede ser un río o montañas o sierras, lo mismo da) como imponente marco visual y la promesa de un buen libro como única compañía. Parece la imagen del descanso perfecto, pero para algunos visualizarse dentro de esa postal idílica puede significar una verdadera pesadilla.

Aunque la mayoría de las personas fantasea con tener tiempo de ocio propio y de calidad hay quienes lo padecen. Se trata de hombres y mujeres que ante el comienzo de un período prolongado de descanso como pueden ser las vacaciones o pequeñas escapadas de fin de semana para cortar con la rutina se angustian y en lugar de disfrutar de no tener nada que hacer, lo sufren al punto de evitarlo .

La supuesta reparadora inactividad les provoca un miedo irracional que no pueden controlar y que en muchos casos está acompañado de palpitaciones, sudoración excesiva, dificultad para respirar.

Ese temor exagerado a la idea de no tener nada que hacer (nada, salvo descansar) se llama ociofobia y según los expertos en trastornos de ansiedad, aumenta año a año y en época estival alcanza los niveles más elevados.

“Hay personas que tienen dificultades para cambiar de actividad y pasar a un estado de reposo. La rutina, muchas veces intensiva y distresante, los sumerge en un estado de adicción a estímulos insanos. Estos excitantes, impiden cortar o entrar en off -sostiene el doctor Roberto Ré, médico psiquiatra y director de Red Sanar-. El cambio brusco que implica pasar del trabajo intenso a la inactividad les provoca un miedo irracional que no pueden controlar. La fobia es, justamente, ese miedo exagerado a un objeto o situación”.

Según Ré, se han vuelto habituales las consultas de personas que experimentan miedo al ocio. “Lo vemos en lo cotidiano. Llegan personas que no saben cortar con el círculo vicioso, que se buscan trabajos o algo que hacer en vacaciones o los fines de semana porque no toleran la sensación que les provoca la inactividad. El descanso genera angustia, que es lo que impide un estado de relajación”, afirma el director de Red Sanar.

Entonces, ¿es posible que alguien no disfrute del tiempo de ocio? Para la psicóloga Mirta Dall’ Occhio, directora del Instituto Sincronía, que trabaja sobre las emociones, el estrés y la ansiedad, la respuesta es afirmativa si elegimos un estilo de vida altamente estresante. “Hay una porción de la población que adhiere a un modelo de hacer, de acción, que no distingue entre tiempo laboral y tiempo de ocio. Para estas personas el modelo abarca los siete días, todo el año, porque el valor se mide por cuánto hago y cuánto resultado obtengo -opina-. Para estas personas multitasking que pasan de una tarea a otra sin darse ni permitirse tiempos de descanso, no hacer nada está subvaluado y la hiperactivación está sobrevalorada. Estar sobreocupado está bien visto, es valorado. Y todo lo valorado es deseado. Por eso es mucha la gente que elige vivir así y somete a toda la familia a un estado de estrés crónico que obviamente se traslada a las vacaciones”.

Manuela Valente, una ingeniera en Sistemas, asegura que la idea de parar en vacaciones no le seduce en absoluto. “Me aterra”, reconoce sin dudar. Por eso, cada verano, tiene como premisa evitar la playa y recorrer mucho. “Me cuesta estar en una reposera al sol y mirando el mar. Siento que es tiempo perdido. Una vez lo hice y fue una mala experiencia. Me fui con mi pareja a un all inclusive en Brasil y todos parecían felices menos yo. Me agarró un bajón terrible. Yo necesito adrenalina, estar activa. Me angustia el hecho de no tener nada para hacer. Incluso acá, los fines de semana, siempre tengo actividades pautadas”, confiesa Manuela, que planifica un viaje a Costa Rica, donde la playa es secundaria: la idea es adentrarse en la selva.

Para la directora de Sincronía, las personas que eligen este tipo de “descanso” son personas que necesitan del rol, que está muy asociado a la sociedad productiva y de consumo. También -agrega- son hombres y mujeres que necesitan tener bordes y límites precisos: “Cuando aparece la propuesta de las vacaciones a ellos les resulta una amenaza a ese orden y a ese rol. Pasar de una actividad a otra es dar un borde, tener un límite, una seguridad. Por definición, las rutinas organizan a las personas y ponen un límite a esa ansiedad que se activa cuando se encuentran sin nada para hacer. Estar en una reposera en la playa, quieto, no significa estar en calma. Para muchos implica poner la mente en movimiento y cuando se mueve mucho comienza a explorar áreas que no querían y la pasan realmente mal, tienen una sensación física desagradable. Aprender a tolerar ciertas emociones desagradables puede ser positivo”.

Lautaro Visconti se reconocía, no sin cierto orgullo, como un workaholic al que no le gustaba tomarse vacaciones. Al menos, no las que implicaban semanas fuera de la oficina, lejos de su “centro de mando” desde donde controlaba todo lo que sucedía en su empresa. Estaba, dice, acostumbrado a “apagar incendios” casi todos los días, y el hecho de no estar ahí físicamente -aunque sí on line- lo angustiaba mucho. Tanto que terminaba de arruinar las vacaciones de todo el clan familiar.

“Discutía mucho con mi mujer por ese tema. Me decía que no paraba nunca, que era incapaz de desconectar, que no tenía capacidad de disfrute y que estaba arruinando el descanso de los chicos, que me pedían hacer cosas juntos y yo no estaba disponible para ellos. Cuando tomé conciencia de que era ‘un padre ausente presente’ quise cambiar -cuenta-. Siempre estaba con el celular en la playa, tratando de ver si en Buenos Aires estaba todo bien, angustiándome ante cada pequeño problema que surgía. Las vacaciones eran un infierno en todo sentido”, admite.

Después de una terapia pero sobre todo gracias a un curso que hizo de mindfulness al que llegó por recomendación de un amigo, Lautaro logró cambiar ese patrón de conducta, aunque todavía hay veces, admite, que le cuesta bastante desenchufarse. “Pude aprender a controlar la ansiedad, a no caer en esas zonas oscuras en las que caía cuando mi mente empezaba a divagar. Por primera vez en años pude irme de vacaciones y sentir que las había disfrutado de verdad”, asegura el empresario, que estuvo las primeras dos semanas de enero en Uruguay y volvió “renovado”.

En el caso de Lautaro, la familia cumplió un rol fundamental en el cambio y la recuperación porque fue la que puso un límite a su ociofobia. Sin embargo, dice el psiquiatra Re, no siempre es así. “Lo primero es asumir el problema y tomar conciencia de que se lo padece. El rol de la familia es importante, tanto como para salir del problema, pero también para acentuarlo. Sucede que muchas comparten este mismo patrón cultural y de conducta del hacer, hacer y hacer. Se han acelerado las ambiciones, entramos en este ritmo deshumanizante cada vez desde más temprano. Hay muchos chicos que ya manifiestan signos de ansiedad que traen consecuencias en el aprendizaje y la conducta”, plantea el director de Red Sanar.

Dall’ Occhio, por su parte, asegura que el poder disfrutar tiene que ver con manejar los estados de ansiedad, poder pasar a un estado neutro para poder experimentar un bienestar. “Eso lleva tiempo, al menos unos tres días. Estar de vacaciones o tener tiempo libre no es estar en éxtasis, esa es una fantasía que es un limitante y que genera estrés -sostiene-. Tenemos que aprender a surfear las emociones para mejorar nuestra calidad de vida. En esa mejora, sin duda, saber disfrutar del tiempo ocioso es una de las claves para vivir mejor”.  (La Nación)

Cómo disfrutar del ocio: Buscar alguna actividad. Sin llenar el día de cosas, se puede planificar alguna actividad que ayude a bajar ese nivel de ansiedad.

Expectativas reales: Algunas personas tiene expectativas demasiado elevadas respecto de lo que es el descanso. Hay que ser realistas para no frustrarse

Darse tiempo: Se tarda unos tres días en pasar de un estado hiper alerta a otro de descanso. El switch no es automático

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