La tarde en la que Alizegui enloqueció

– Te juro que cuándo lo hizo por primera vez, me reí. Pero cuando vi que la cosa venía más en serio, ya me calenté. Es más, dije: “Éste debe estar borracho”.

El comentario del Mencho tenía un destinatario en común: el juez del partido. Incluso en el vestuario era de lo único que se hablaba. Si bien Central del Sur había perdido aquel cotejo, no había sido por la influencia del protagonista en cuestión y las opiniones no rodeaban las sanciones del hombre de negro, más bien se referían a su conducta dentro del campo. Una conducta bastante peculiar más allá de los fallos.

– ¿Viste cómo lo encaró al Bocha por no largarla antes? Está loco… Yo pensé lo mismo, que el tipo se había bajado una damajuana de tinto antes de salir a la cancha –fue la acotación del Petiso Gutiérrez.

– Se fue a la mierda cuando lo puteó al 2 de ellos. El flaco metió el gol en contra y encima el loquito éste va y lo putea… Decí vos que los separamos porque se armaba la campal –siguió Juan Manuel.

La charla continuó sobre ese mismo tinte. Recordando lo vivido minutos antes con la llamativa tarea del señor árbitro Roberto Alizegui, hombre de trayectoria de años eternos, prácticamente desde la llegada misma del fútbol. De esos que uno dice: “La Liga la fundó él”. Bigote ancho como suela de alpargata, casi tapando toda la boca. Pelo negro peinado para atrás con pronunciadas entradas propias de una calvicie avanzada fruto de la edad. Alto, riguroso, sabía imponer su autoridad en el campo, atravesando ya sus últimas primaveras en estas duras canchas de tierras adentro.

Nadie sabe bien lo que le pasó por la cabeza en este cotejo en particular de Central del Sur y Agricultores, solamente él debe saber el porqué de lo que hizo. Quizás hasta puede tener un mensaje entrelíneas. Quizás. Pero vaya uno a saber.

La historia en cuestión inició después del primer tiempo que terminó igualado en uno, con varios reclamos y protestas en un partido chivo y de pierna fuerte. Reclamos que se repiten en cada escenario de nuestro mundo con forma de pelota, donde todos van contra el juez y éste se defiende solito, en profunda soledad, con sus solitarios argumentos, confiando en que no metió la pata y si lo hizo, tratar de disimularlo.

La primera escena se vio a los 5 minutos del complemento, cuando el lateral de Central erró un pase. Fue ahí que se lo escuchó a Roberto decirle: “¿Cómo le vas a pegar así?, dale con la parte interna”. Raro, llamativo y hasta hubo una sonrisa en medio de un partido picante. Pero fue apenas el comienzo. En un momento en que el creativo iba con la pelota al pie, Alizegui sacó un gritó de sus entrañas para decirle: “¡Dale ahora que picó, dale, dale, tiralaaa!”. Instantes después, se le paró delante del cinco y le reclamó: “A dos metros tenés tu compañero, ¡un pase bien te pido, uno solito!”, mientras le levantaba el índice de la mano derecha. Al rato fue contra el arquero, se llevó sus dos manos atrás, las juntó como hacen los jugadores cuando encaran al juez, y le dijo: “El rebote para adelante jamás, mi viejo. Escuchame que te estoy hablando bien: para el costado tiene que ir la pelota y fijate que no te estoy faltando el respeto porque después dicen pavadas”.

La situación llevó naturalmente a un mundo de desconcentración absoluta por parte de los jugadores; atónitos de lo que vivían no les brotaba una reacción, algunos se lo sacaban de encima con un empujón, otros sencillamente agachaban la cabeza, aunque también los más temperamentales se vestían de contestarios hasta ser detenidos por sus compañeros.

Ni los entrenadores se salvaron de aquel vergonzoso derrape de Alizegui. Faltando poco para el final, el de Agricultores sacó un delantero y metió un volante defensivo para cuidar el resultado. Entonces el juez lo increpó con ampulosos gestos de todo tipo: “No ves que están defendiendo con tres? ¡¿No ves eso!?, ¿querés que te traiga los anteojos de mi vieja? Sacás al único que le ponía ganas arriba, hizo un gol y metés un picapiedras. No tenés idea de fútbol, hermano”. El DT, el Negro Izaguirre, nada más atinó a responderle que siga dirigiendo, que ya terminaba y que después iban hablar. “Callate, qué vamos hablar ni hablar sino sabés nada”, le retrucó el bigotón.

Llegó el final y por milagro de los ángeles no terminó en batalla campal. Los de Central del Sur le hacían seña que estaba completamente loco, los hinchas se agarraban del miserable y oxidado tejido perimetral para profesarle toda lluvia de insultos.

Cuando se retiraron los jugadores, Roberto comenzó a caminar junto a sus asistentes hacia los vestuarios, escoltado por el jefe de policía y dos efectivos más. Cuando se acercó a los hinchas, los miró y de su boca comenzaron a brotar puteadas tras puteadas mientras se dirigía amenazante donde estaban los más exaltados. Sin pensarlo dos veces, los policías y sus asistentes se lo llevaron a los empujones hacia la piecita que oficiaba de vestuario.

Como era de esperar, Alizegui y los integrantes de la terna dejaron la cancha en horas de la noche, cuando ya no quedaba casi un alma, en el ocaso mismo del domingo y en el ocaso mismo de su carrera. No sabemos si habrá sido el último partido o él quiso que fuera el último.

El vestuario de Central del Sur estaba ahora más en calma, varios ya se habían duchado, otros estaban cambiados para irse y en un silencio de misa, el Petiso Gutiérrez tiró una frase que rompió el aire: “Che, ¿y si el loco este lo hizo a propósito?”

Todos lo miraron incrédulos para que expusiera su idea: “Claro boludo -insistió-. Capaz que el bigotudo se pudrió de que le reventemos la cabeza con nuestras protestas y empezó a tratarnos como lo hacemos nosotros con él, ¿entendés? Nos sacó a todos del partido, no paró un minuto de reclamarnos cada jugadita de mierda. ¿No lo ven igual o yo estoy loco? Para mí que el hijo de puta lo hizo adrede”, sentenció. Nadie acotó nada, algunos se miraron y salieron. El Mencho apenas atinó a responderle: “Puede ser, Petiso, puede ser”, juntó sus cosas y se marchó.

Hasta el día de hoy Alizegui no volvió a dirigir y los comentarios de aquella tarde gris siguen latentes, aquella tarde en la que fue dueño de un comportamiento inusual y desorbitado. O simplemente se disfrazó de jugador y actuó como tantos de ellos pero en una figura inversa, con el silbato en la mano. Fue un acosador serial vestido de árbitro.

Si fue así, el Petiso Gutiérrez al fin había dicho algo coherente en su vida, por increíble que resultara.

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Por Mauricio Jacob
Desde Crespo
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