La historia de Motoneta Ulrich, un crespense idolatrado

Ernesto Motoneta Ulrich fue el crespense que más temporadas jugó en equipos de Primera División hasta la llegada de los tiempos de Heinze, Zapata y Prediger. Estuvo 11 años en Platense, dos en Lanús y uno en México. Al pisar el país Azteca se convirtió en el primer jugador de estas tierras en tener actividad fuera del país.

Puntero izquierdo, veloz, ágil, desequilibrante, virtudes que le permitieron sobresalir.

CRESPO: Nació en la Aldea San José, el 6 de agosto de 1949. Uno de los 9 hijos del matrimonio constituido por Gerónimo Ulrich y Magdalena Hiza. Fue a la Escuela Nº 54 “Tomas Guido” y también al Colegio “Sagrado Corazón” antes de irse con sus padres a Buenos Aires. 

En su infancia crespense jugaba a la pelota en una canchita cerca de la Iglesia y también en Cultural acompañando a su hermano apodado Blanco (Santiago Antonio), recordado en los primeros tiempos del Celeste. Incluso Ernesto llegó a jugar en la Reserva de ADyC durante un amistoso con Seguí FBC, en uno de los veranos cuando solía visitar la ciudad.

Brilló en Platense en la década del 70. A lo largo de su carrera vivió un descenso, un ascenso, una grave lesión y una salvada histórica, todo en el Calamar. El primer gran ídolo que tuvo el fútbol de esta ciudad en la máxima categoría del país.

Sobresalió en la Primera de Platense, donde debutó de pibe, se bancó el descenso y fue campeón. Ídolo

UN CAMBIO ROTUNDO: “A Buenos Aires llegué con 12 años, no conocía nada ni a nadie. Mis padres manejaban una pulpería en Crespo, así se llamaba entonces a los viejos almacenes que vendían de todo; pero tuvieron algunos inconvenientes y decidieron mudarse -cuenta a la distancia-. En 1963 me probaron y arranqué a jugar en la temporada siguiente. Me llevó un vecino de Villa Ballester, que es donde yo estaba viviendo, que me vio jugar en unas canchas en las que había campeonatos los domingos, que eran potreros y le encantó cómo me movía. Recuerdo que era justo la última semana de fichajes y este vecino me llevó a River, pero como ya estaba completo Carlos Peucelle (histórico jugador del Millonario), que era el DT de inferiores, me recomendó a un amigo que él tenía en Platense, que manejaba todo. Me llevaron, me probaron 15 minutos y quedé. Como dije, al ser la última semana tuvimos que hacer todos los papeles del fichaje a las corridas”.

LLEGADA A PRIMERA: La casa de Ernesto quedaba en las calles Italia y Mazzini en Villa Ballester, atrás había una canchita donde se prendía en los picados, la que desapareció con el correr del tiempo y el avance de la ciudad.  “Cortaron todo, hicieron calles, edificios, una vez pasé y no reconocí nada”, dice.

Llegar al fútbol grande no es sencillo, pero Motoneta tuvo un guiño de la suerte que lo acompañó en el inicio. Una vez anclado en Platense, debutar en Primera vino de la mano de la lesión de Oscar Valdez, titular en su mismo puesto. Era el último partido del torneo y el entrenador se la jugó por el pibe que prometía. “Le pude responder dentro de la cancha, tuve un buen partido y desde entonces no salí más. Fue en el Nacional de 1969, esa tarde jugamos de local en Atlanta contra San Martín de Mendoza, no me lo puedo borrar de mi cabeza. Esos fueron mis comienzos, ya que estuve en Platense más de 10 años, hasta 1980. Por aquella época, como aún no tenía la edad para un contrato, me dieron un sueldo para que me quede jugando ahí. En esos años pasé a vivir en la pensión e iba a comer a la sede de Núñez. Después sí, cuando tuve mi primer contrato a los 22, me fui a vivir solo”, narra.

El primer gol en Primera. A San Lorenzo en el Viejo Gasómetro.

Un Motoneta joven comenzó a evolucionar tras afianzarse en el Calamar. “En el aspecto futbolístico uno veía como día a día iba progresando. Tenía naturalmente bastante habilidad y velocidad (lo cual le dio su apodo), que me ayudaron mucho. Lo demás lo fui perfeccionando. En la Primera de Platense jugué 11 años. Creo haber estado en el período histórico más importante de Platense, ya que en 1976 ganamos el campeonato de Primera B. Aquel equipo tenía la delantera compuesta por Orlando, Pavón y yo. Fue famosa porque hizo muchos estragos. Jugábamos de memoria y nos complementábamos muy bien con los volantes. Entre nosotros nos conocíamos a la perfección y eso fue un factor importante por la confianza que le inspiraba un compañero al otro, cada uno sabía cómo trabajaba el otro y de esa manera se facilitaba mucho más la tarea”.

CAER Y LEVANTARSE: En 1970 jugó prácticamente como titular, “aunque a veces debía alternar porque me tocó el servicio militar. Por suerte tenía un Capitán muy futbolero que me ayudó bastante y me acomodaron en el Hospital Militar, por lo que me manejaban las horas para que pueda ir a entrenar o jugar cuando me tocaba”, cuenta.

En 1971 llegó uno de los años más tristes de la historia del Calamar: el descenso y la pérdida de la vieja cancha ubicada en Manuela Pedraza y Crámer. Un momento de mucha angustia para el hincha y todo quien conformaba la familia del club. “Esa fue una desgracia enorme -dice Ulrich-. Por un lado tuve mi primer contrato, pero por el otro me fui al descenso con el club. La verdad fue muy doloroso aquello. La gente sufrió mucho, lloraba y nosotros, los más chicos, lo sentíamos el doble”.

Pero el fútbol siempre da revancha y las grandes instituciones son aquellas que pueden revertir las pesadas crisis. En 1976 se logró el campeonato de la Primera B y el retorno a Primera División. “Lo disfrutamos muchísimo. Es que éramos 15 ó 16 pibes que queríamos a Platense y nos bancamos el descenso y todas las malarias económicas y deportivas del club. Pero llegó ese año, contrataron a Juan Manuel Guerra como DT, a cuatro refuerzos y se armó ese equipo que ganó el ascenso. Éramos 20 locos, pero hicimos un campañón. Fue una alegría muy grande, yo estaba en mi mejor momento. Recuerdo que en uno de los últimos partidos un jugador de Almagro me pasó cerca y se me tiró adelante, por lo que el referí me echó de la cancha. Yo no lo podía creer, porque no le había hecho nada, pero me dieron tres fechas. Por suerte pude volver para los dos últimos encuentros y logramos el ascenso directamente. Fue algo muy merecido. Era un grupo reducido, pero había guapeza, inteligencia, nos manejábamos muy bien dentro de la cancha con los relevos. Fue algo especial que se da cada tanto”.

Platense campeón de Primera B 1976. El regreso al fútbol grande con Motoneta como figura. Abajo, el primero desde la derecha.

SUEÑOS HERIDOS: En 1977 vivió otro momento dramático en su vida como futbolista, pero no tenía que ver con un resultado deportivo sino con una seria lesión. “Estaba atravesando una gran parte de mi carrera, algunos decían que César Luis Menotti me estaba observando para probarme en la Selección, también me seguían de Boca Juniors, vivía mi mejor momento -resalta-. Sin embargo en un partido con Talleres en Córdoba, Ocaño me cruzó muy feo y me fracturó, desde allí se empezó a declinar mi carrera. Fue una plancha terrible, no tuve tiempo ni de verlo y me quebró. Fue un partido muy bravo, ellos jugaron con mucha violencia. Estuve un año y dos meses para volver, seis meses me los pasé en cama esperando que el hueso soldara. Cuando me sacaron el yeso tenía medio músculo, así que despacito tuve que recuperar la misma musculatura que tenía en la otra pierna, lo que me costó otros seis meses. La verdad sufrí mucho, pero tuve la suerte de volver y jugar el cuadrangular”.

Cuando atravesaba un brillante momento, fue fracturado en un partido ante Talleres de Córdoba.

EL DRAMA DEL DESCENSO: El cuadrangular al que hace mención Motoneta, no fue un torneo más, fue una instancia decisiva llena de suspenso para ver quién se salvaba del descenso en 1979. Cuatro equipos en disputa y solamente uno quedaría en la máxima categoría. El periodismo lo bautizó el “Cuadrangular de la Muerte” con la presencia de Platense, Chacarita Juniors, Gimnasia y Esgrima La Plata y Atlanta.

“Fue tremendo, también se lo llamó el ‘Petit Torneo’ -narra Ernesto-. Nosotros teníamos la base del equipo que ascendió en el 76 y unos cuantos muchachos más. Muchos dicen que fue un milagro, pero yo no lo creo así. Antes de empezarlo había apostado con un jugador de Chacarita, Hugo Pena (padre de Sebastián), que en paz descanse, que el que descendía pagaba un asado, aunque más bien aposté que Platense ganaba ese mini torneo. Teníamos una confianza ciega, sabíamos que si no nos bombeaban lo ganábamos de punta a punta”. Así sucedió en realidad, con partidos muy reñidos (ver aparte), el Calamar se quedó en la elite del fútbol argentino y Ulrich cerró su ciclo como jugador en el club.

El año pasado cuando se reconoció al equipo que logró salvarse en el 79, Ulrich, Ginanni, Gianetti y Varise.

FINAL DE LA CARRERA: De Platense pasó a Lanús que no estaba atravesando un buen momento. “Llegó una oferta, nos pusimos de acuerdo y acepté. Allí fui campeón de Primera C en 1981”. Seguidamente aparecieron otros destinos: “Me fui a México, jugué un año en la ciudad de León, en el estado de Guanajuato. Estuve hasta 1982, la relación cambiaria no me favorecía económicamente, no es como el fútbol mexicano actual. En Argentina se pagaba mucho mejor en aquellos años. Volví y como el libro de pases estaba cerrado, me contrató Atlético Saavedera de Comodoro Rivadavia que jugaba el Regional para clasificar al Nacional. Anduvimos muy bien y quedamos afuera por diferencia de gol. Estuve un año, luego pasé por Deportivo Merlo, Chivilcoy y dejé”.

UNA MANO A LOS PIBES: En 1997 trabajó en las inferiores de Platense e incluso llegó a dirigir la Primera. “Era difícil ser DT de las inferiores, entrenar a chicos de 14 a 17 años, siempre dije que es más fácil dirigir planteles de Primera y no los de adolescentes donde además hay que enseñarles a ordenar sus vidas. No es fácil, además de saber de fútbol hay que ser docente y tener conocimiento de psicología”, resalta.

En este contexto Motoneta da un concepto claro: “A los chicos que les interesa llegar al fútbol grande, deben saber que cuesta. Hay que hacer sacrificios porque hay que adaptarse, dejar la familia, los amigos, las salidas, trabajar honradamente con mucho sacrificio y  tesón. Con las ganas de decir, voy a llegar a Primera, como lo hice yo. Me esforcé al máximo y pude lograrlo”.

“Las épocas cambiaron económicamente para los jugadores profesionales. Yo salí campeón y me pude comprar un fitito usado. Hoy la cosa es diferente. Con un par de sueldos, ya se pueden comprar un 0km”, ejemplifica el ex delantero.

EL PRESENTE: Ya retirado de las canchas, Ulrich nunca se pudo recuperar completamente de un accidente automovilístico que tuvo hace varios años. “Me invitaron de Platense a ver unos partidos de chicos en la ciudad de Suipacha, en la provincia de Buenos Aires. Nos trataron muy bien, la idea era ver algún chico talentoso para traer al club, pero a la vuelta tuvimos un choque y nos salvamos de milagro. Por suerte en esa zona intervinieron rápido y bien, porque teníamos muchas fracturas y dolor. Ese hecho me trajo secuelas, se me despertó el Parkinson y me provocaba dolores en el cuerpo y en la cervical sobre todo”.

Hoy vive en Palermo tras el fallecimiento de su amada esposa. Sorteó un duro momento producto del Parkinson hace poco tiempo. “Me operaron porque prácticamente no podía hablar y me hizo muy bien, mejoré bastante. Eso se lo debo a la gente de Platense, ellos se molestaron en conseguir el lugar y demás. Fue una alegría muy grande”, recalca.

AMOR POR PLATENSE: “Fui un goleador nato, pero esa era mi función. Aunque en el balance general hice hacer más goles de los que hice. Todo ello hizo que la gente me trate con respeto y admiración en Platense. Sin ir muy lejos, conmigo el trato de la hinchada siempre fue de reconocimiento”, cuenta Ernesto.

A lo largo de su vida, siempre hubo algún momento para el homenaje: al celebrarse un aniversario del ascenso de 1976 o del cuadrangular del 79. “Siempre son bien recibidos esos reconocimientos, es lindo vivirlo personalmente porque son muchos los recuerdos que uno guarda y los sacrificios que hizo por esta camiseta”.

Hoy el Calamar está buscando reencontrarse con su historia, esa que lo tuvo por mucho tiempo en la Primera División. “Platense vivió algunos años complicados en los últimos tiempos, uno no entiende cómo se llegó a caer tanto pero de a poco está resurgiendo. Ahora está en el Nacional B y siendo uno de los protagonistas. Ya llegará el momento de volver a la A”, opina Ulrich. 

Motoneta no duda cuando se le pregunta por la importancia que tiene el club para él: “Platense es mi segunda casa. Estuve tantos años en el club que llevo adentro los colores, la camiseta. Pasé gran parte de mi vida ahí, me dio todo, tuve el apoyo de la gente hasta ahora mismo que me toca atravesar un problema de salud. Ellos se encargaron, ese respaldo me sirvió para salir adelante. Se han portado muy bien conmigo. Siempre estaré agradecido a ellos”.

EL PRIMERO: Ernesto Ulrich fue el primer gran ídolo del fútbol crespense que llegó a Primera División. Luego tomaron la posta los nombres más conocidos por todos. “Me da una alegría enorme ver jugadores de Crespo que llegan lejos, me parece bárbaro. Heinze, Zapata, Prediger… han representado de manera brillante a la ciudad. El padre de Gabriel jugaba en Cultural con mi hermano, ‘Blanco’”.

Su habilidad, su entrega, su nivel y los momentos que debió afrontar con Platense, lo convirtieron en un ídolo de la época. Siempre recordado por quienes presenciaron aquellos movidos años 70 donde el club cayó y resurgió, pero también por aquellos que escucharon las historias de esos equipos que dejaron su huella.

Ulrich y Miguelucci, el héroe en la definición por penales ante Lanús para determinar quién perdía la categoría

UNA DEFINICIÓN DRAMÁTICA

Durante más de dos décadas, Platense hizo de salvarse del descenso un ritual, casi un arte podríamos decir, a punto tal que se ganó el apodo de “El fantasma del descenso”. Pero la más dramática, la más famosa de esas salvaciones, quizás haya sido la primera. He aquí la reseña de uno de los más recordados partidos en la historia del fútbol argentino.

El Torneo Metropolitano de 1977 tuvo la participación de 23 equipos, comenzó el 20 de febrero y terminó el 13 de noviembre. Interminable. Para el mismo, la AFA había dispuesto el descenso de tres equipos a la Primera B.

Con la suerte de Ferrocarril Oeste sellada desde varias fechas antes del final del campeonato y con Temperley descendiendo en la penúltima jornada, el gran atractivo de la última fecha en la zona baja, pasaba por ver cuál era el tercer equipo que se iba a jugar en el fútbol de los sábados. Platense y Lanús disputaban esa instancia y en la jornada final, ambos perdieron sus partidos quedando igualados en puntos, por lo que la historia pasó a definirse en un único encuentro desempate que se metió en la historia del fútbol argentino.

El miércoles 16 de noviembre de 1977, se vieron las caras en el viejo estadio de San Lorenzo (luego desarmado). Más de 35.000 almas acudieron a la final por la permanencia.

No hubo diferencias en los 90’ reglamentarios ni tampoco en los 30’ del suplementario, finalizando el duelo sin goles y definiéndose todo en los dramáticos penales.  Empezó el parto: arrancó pateando Tense y los 7 primeros tiros fueron convertidos, merced a los aciertos de Juárez, Enrique Belloni, Osvaldo Pérez y nuestro Ernesto Ulrich para el “Calamar”, y de Orlando Cárdenas, Carlos Pachamé y Arsenio Ribeca para el Granate, que en su cuarta ejecución vio como Osmar Miguelucci detuvo el remate de Abel Coria. Así las cosas y ganando 4-3, si Roberto Gianetti la metía Platense se salvaba, pero Sánchez lo contuvo. A partir de ahí comenzó la serie de uno por cada lado, la que se hizo interminable y concluyó en favor del Calamar tras 22 ejecuciones por equipo.

Miguelucci detuvo su cuarto penal de la noche, en este caso a Cárdenas quien volvió a ejecutar luego de que lo hicieran todos los integrantes del equipo. De esa forma el desenlace final fue 8-7 para el Marrón.

EL CAMPEONATO DE 1976

El 13 de julio de 1976 Platense venció 1-0 a Villa Dálmine y se consagró campeón de Primera B, ascendiendo al Nacional y recuperando su lugar en la Primera División. El gol fue de Juan Carlos Pilla de cabeza tras un preciso tiro libre izquierdo lanzado por Ernesto Ulrich. El duelo se jugó en un colmado Estadio “José Amalfitani” de Vélez Sársfield. Un grito tan esperado como inolvidable para el pueblo Marrón.

Aquel día el Calamar formó con: De Virgilio, Juárez, Giantti, Rivero, Morelli y Pilla, Gómez, Pérez, Orlando, Pavón y Ulrich. DT: Juan M. Guerra

EL CUADRANGULAR  DE LA MUERTE

En 1979, debido a nuevos malos resultados, Platense debió jugar un torneo cuadrangular denominado “Petit torneo” o “Cuadrangular de la muerte”, ya que sólo el ganador conservaría la categoría y los restantes tres descenderían.

El Metropolitano se dividió en dos zonas y tras su finalización, los dos últimos de cada una se midieron en este reducido: Platense, Gimnasia de La Plata, Atlanta y Chacarita. El Calamar ganó el cuadrangular invicto. Con el Lobo fue 2-0 y 0-0, ante el Bohemio fue 2-1 y 1-0 y sobre el Funebrero se impuso 2-1 y 1-0. Nuevamente, el Marrón se mantuvo en Primera y se ganó el apodo de “El fantasma del descenso” por su manera de gambetear la caída de categoría.

Bibliografía: El Observador, Historia del Deporte de la ciudad de Crespo y periódico El Barrio.

Por Mauricio Jacob

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