La difícil tarea de ser árbitro de liga

Dejemos de lado el aspecto evaluativo, aquello que podamos decir sobre su forma de actuar dentro de una cancha. Vamos a quitarlo de nuestra atención por un momento. Un árbitro podrá parecernos bueno, discreto, malo o muy malo, pero pienso que estamos en condiciones de afirmar que estar en medio de un partido de liga como las del interior, no es para cualquiera, tampoco resulta un laburo sencillo de llevar adelante sin complicaciones.

Partamos del hecho que los jueces que dirigen en estas tierras, se toman todo el domingo para realizarlo. Más en una liga “federal” que cubre a varias localidades con cientos de kilómetros de diferencia entre ellas. Imaginemos la siguiente escena, el hombre de negro se levanta temprano el día del partido, de pedo saludará a su familia, intercambiará dos o tres mates hasta que lo pase a buscar un colega que pone el auto para viajar hasta la sede liguista. Dependiendo el lugar de procedencia, ese viaje podrá durar media hora, una o hasta dos.

En la entidad se le indicará a qué encuentro asistirá. Automáticamente los árbitros ya elaborarán un pensamiento previo sobre la cancha en la que estarán y su entorno, los jugadores “difíciles” de los equipos en cuestión, algún antecedente cercano con cierto protagonista, mirar de reojo la tabla de posiciones para saber si será un duelo de dientes apretados o con poco en juego… Y también el viaje.

Temprano arranca también el peregrinaje de cada vehículo con el grupo de árbitros que serán depositados en los reductos futbolísticos. Tras otra media, una o dos horas se llega a la cancha y en marcha la acción. Alguna fruta o algo livianito para comer al mediodía porque en breve arrancan los cotejos de categorías juveniles.

El árbitro comienza a concentrarse para estar a la altura del encuentro, sabiendo cómo manejar cada situación. Desde el pitazo inicial también se larga el juzgamiento de los presentes, porque el señor juez es el único dentro del campo en ser evaluado constantemente por las dos hinchadas y por los dos elencos. Como suele pasar, serán mucho más los reclamos (por no decir, todos) que una felicitación por la buena tarea. Los testigos los ven como los malos de las películas, así de sencillo.

Ellos inmersos en una extraña pasión que solamente ellos comprenden, están dentro del campo y llevan adelante su tarea para la que se prepararon. Deberán estar mentalizados para tolerar la protesta del defensor local, la del capitán rival que no para de hablar, la del DT nervioso, la del ayudante que grita “¡Danos una, una nomás te pido!”, la de la señora con voz chillona que cada vez suena más aguda, la constante invocación de su santa madre y el recuerdo ginecológico para con su hermana (aunque no la tenga). Terminado el encuentro, por si no fuera poco, deberán emprender el regreso con el mismo recorrido realizado para ir a esa cancha donde “fueron felices”.

Es que nada más que ellos -y ellas- comprenden aquella tarea, son quienes crean el carácter para cada situación (hasta incluso violenta), el temple para ganarse el respeto, la personalidad para calmar el clima candente, le comunicación para ser escuchado y la frialdad para dominar una escena compleja.

Nadie más entiende el afecto que sienten para ser parte de un partido sin pegarle a la pelota, pero conforman una parte fundamental donde la falla puede resultar nefasta y el acierto solamente aceptado con normalidad. Quizás no sea cuestión de buscar entendimiento, pero sí de tener conocimiento sobre algo: el día del partido para un juez en estas tierras, no es un día más. Está marcado por el sacrificio.

Entonces ya caída la noche larga, llegará a su casa, quizás tenga tiempo de compartir la cena, o en muchas ocasiones solamente una breve charla son su familia antes de irse a la cama. En definitiva, al otro día hay que madrugar para laburar.

Por Mauricio Jacob

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