Impactantes testimonios de alcohólicos anónimos de Crespo y Paraná: Cómo evitar una “muerte lenta y progresiva”

Visitaron esta semana el “Centro Periodístico de Entre Ríos”, Alcides Enrique (72) Ángel (60) y Walter (35) de “Alcohólicos Anónimos”, quienes en diálogo con El Observador y Canal 6 ERTV, contaron sobre sus impactantes historias de vida, los graves problemas que el exceso de consumo de bebidas alcohólicas les generó y cómo lograron recuperarse. 

Alcides expresó que “Alcohólicos Anónimos es una comunidad de hombres y mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo. El único requisito para ser miembro, es el deseo de dejar la bebida. No se pagan honorarios ni cuotas y nos mantenemos con nuestras propias contribuciones. ‘AA’ no está afiliado a ninguna secta, religión, partido político, organización e institución alguna, no desea intervenir en controversia, no respalda ni se opone a ninguna causa. Nuestro objetivo primordial es mantenernos sobrios y ayudar a otros alcohólicos a alcanzar el estado de sobriedad. En mi caso, soy un enfermo alcohólico en recuperación y lo logré en ‘AA’, una organización que está en más de 250 países del mundo y que para mí, fue la solución, porque tomaba todos los días, desde la mañana hasta la noche, hasta que llegó un momento que no podía vivir sin beber. Mi vida por entonces, era un desastre. Ni yo me quería. En ‘AA’ precisamente, me recibieron con afecto, amor, entendimiento, me escucharon y aprendí a la vez a escuchar y así, voy haciendo mi recuperación hasta hoy, gracias a esas benditas 24 horas sin la primera copa. Parece simple, pero al alcohólico le cuesta. Yo a los 11 años tuve mis primeras borracheras. Al principio era lindo tomar, pero no tenía idea de lo que me podía pasar en el futuro de tanto tomar. Arranque con vino, sumé ginebra y después, todo. Los alcohólicos pasamos muchas necesidades, primero, no alcanza la plata para nada; después, tuve que renunciar a trabajos buenos, en ese tiempo vivía en Buenos Aires. Me dormía y buscaba excusas, pero la mentira ya no tenía más cabida, porque no te cree nadie… También afecta lo familiar: tengo 2 hijos y lo bueno es que alcancé a conservar la relación, pero ahí, al límite. Tengo en claro y creo que es un mensaje para todos, que el alcoholismo no trae ninguna cosa buena para nadie. Algunos son pasivos y yo, no; fui el ‘loco bolichero’ de la pelea y agresividad… Tuve unas 5 detenciones policiales… Un desastre… La última vez fue por una agresión a un hermano, a un cuñado y el susto me hizo tomar conciencia que así, mi vida no iba más. Un  médico que fui a visitar me derivo a ‘AA’ y tuve la suerte que le hice caso. En la primera reunión me encontré con un grupo chico, de unas 10 u 11 personas, con quienes compartimos experiencias y fortalezas. Tuve una recaída a los 2 meses, porque no tenía ganas de dejar de beber, pero regresé y es como que me tiraron nuevamente una soga para que me salvara. Ahí fue que hice bien los deberes y ni una gota más a la lengua. Lo que destaco es que en ‘AA’ somos todos iguales: el cartonero de la calle, el doctor, el abogado, mujeres, hombres… Va quien bebe en bandeja de plata como el que bebe en tarrito plástico… Estoy bien, me he insertado nuevamente en la sociedad y soy una persona digna otra vez…” 

Ángel contó que “escucho a mis compañeros y entre nosotros sabemos que estamos hablando todos en el mismo idioma. El enfermo alcohólico va a un bar, se toma un trago, después otro y otro y ya no sabe lo que hace y eso genera todo tipo de problema. Es la enfermedad del auto-engaño, porque para mí, los borrachos eran todos los demás, no yo. Es como dijo un cómico, ‘es la enfermedad de los cornudos’, es el último en enterarse, porque uno cree que la puede manejar, pero es una gran mentira. El alcoholismo tiene varias etapas: la 1ª es la del mono: cuando uno cuenta chistes, es el centro de atención y que aparentemente se divierte; después viene la etapa del león, que uno se pone violento, inclusive con la gente que uno menos quisiera violentar, como el entorno familiar y la última instancia, que es la del chancho, cuando uno ve que ya está sucio, lleno de piojos, tirado abajo de un árbol y que descuida el aspecto. Cuando llegué a la primera reunión de ‘AA’ tenía 40 años y escuchaba testimonios de compañeros que habían llegado a la cárcel, otro había estado en un manicomio, el otro había llegado a la indigencia… Enseguida dije ‘perdónenme muchachos, yo les tengo mucho respeto pero yo no llegue a eso, no me siento identificado’. Y un compañero veterano, con una gran sabiduría, me dijo “seguí tomando y vas a llegar a eso y a mucho más”. Es una enfermedad lenta, progresiva y mortal… La madre de mis hijos me intimó y me dijo: “O dejás de tomar o te tenés que ir de la casa’. Y estaba cansado de perder, trabajos, oportunidades, afectos, familiares, amistades e hice el cambio. La historia del alcohólico es una sucesión de pérdidas. En el único lugar que pude dejar de beber fue en ‘A. Anónimos’, después de muchos intentos, con psicólogos, psiquiatras, autoayuda, puse toda la fuerza de voluntad del mundo, pero no lo podía lograr. En ‘AA’ en cambio pude dejar de beber y aprender a vivir sin alcohol…”.

Walter contó que “mi historia es similar, empecé a tomar a los 12/13 años, en el viaje de 7º Grado, en Córdoba. Soy alcohólico y adicto a las drogas en recuperación. Todo comenzó con una copa de alcohol y después vino el resto, hasta probar la cocaína a los 15 años. Siempre digo que maldigo el día que probé el alcohol, era la etapa de la adolescencia, de la rebeldía… ¿Quién no se la cree cuando es joven…? Uno cree tener hilo en el carretel para rato y sin embargo, tanto el alcohol como las drogas, se adueñan de uno y empieza la decadencia. Es un tobogán. Y se empieza a perder trabajo, familia, amigos… Dejás de ser hijo, de ser hermano, padre, te roba todo. A mi enfermedad la relaciono con un tsunami, por donde pasaba Walter con sus enfermedades arrasaba con todo… A los 27 años llegué por primera vez a ‘AA’, más para cumplir con lo que me pedía la madre de mis hijos, pero no había perdido por entonces familia, trabajo… Y seguí tomando y ahí sí, después, perdí la familia, el trabajo y la vergüenza; creo que fue lo más fuerte que me pasó. No te importan tus hijos, el entorno familiar; uno se despedaza físicamente, emocionalmente y económicamente. Tengo 2 hijos, de 20 y 18, que viven con su mamá. Yo perdí la familia, la convivencia., pero ‘AA’ me permitió ser ahora, un padre responsable, que cumple, que está presente hasta incluso puedo decir que tengo un buen diálogo con la mamá de mis hijos. Me cambió la vida…”.

Los entrevistados comentaron que “en Paraná, el grupo funciona en la Iglesia San Miguel (Buenos Aires 428) y en Crespo, en la ‘Capilla San Miguel’ (Dorrego y Avellaneda, donde las reuniones son los martes y jueves, de 19.30 a 21.00). Nos ceden el espacio, pero Alcohólicos Anónimos no es religioso, sí es un programa totalmente espiritual que nos permite trabajar con uno mismo, que es el único que puede dejar de tomar…”.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio está protegido por reCAPTCHA y se aplican la política de privacidad y los términos de servicio de Google.