Estrés conyugal. Las heridas del desamor: “No es bueno que el hombre esté solo”. A veces, sí.

Cuando se habla de estrés, todas las personas parecen sentirse identificadas. Es habitual escuchar que, cuando alguien está cansado o “no da más”, diga “estoy estresado”. El estrés se asocia habitualmente con algo negativo cuando, en realidad, es una respuesta del organismo que nos protege frente a los cambios tanto externos como internos.

Si existe una amenaza o un desafío, el cuerpo y la mente ponen en marcha una serie de mecanismos que lo ayudan a adaptarse a estas situaciones. Pero el organismo no está preparado para recibir amenazas constantes ni desafíos permanentes. Cuando esto ocurre el sistema fracasa y comienza a funcionar mal: es allí cuando la respuesta de estrés comienza a ser patológica.

En un trabajo de análisis Patricia Faur, licenciada en Psicología, docente en la Universidad Favaloro, manifestó que “una mujer descalificada, desvalorizada y no tenida en cuenta por su pareja. Una mujer que tiene mucho miedo a ser abandonada. Trata de hablar, pero no es escuchada. Grita, llora y… Después de un tiempo, se ‘acostumbra’, se ‘adapta’. No reclama más y se resigna a un desamor que la va carcomiendo lentamente. Las mujeres somos más vulnerables a sufrir las consecuencias de una mala relación de pareja. El amor se vive, se siente, no se padece”.

Siguiendo con el detalle la profesional comparó: “Pensemos en una pareja. No importa si conviven o no, si están casadas o si se conocen hace dos años. Todas las parejas pueden tener desacuerdos, enojos, problemas, incluso discusiones subidas de tono en las que alguno de los integrantes pudo haber tenido una expresión poco feliz. Luego se calman, alguno pide perdón por el exabrupto y continúa la vida. También ocurre en muchas parejas que el desgaste del tiempo y la rutina los hayan llevado a comunicarse muy poco, a que la sexualidad sea pobre, al aburrimiento o a la falta de proyectos comunes. Nada de esto es lo que causa el estrés crónico que lleva a enfermar.

Ahora pensemos en una mujer que tiene una gran sensación de soledad y vacío, que no está satisfecha consigo misma, que vive una situación de pareja en la que es descalificada, desvalorizada y no tenida en cuenta. Cuando quiere hablar de estas cosas, su pareja la ignora, la rechaza o le grita y se enoja, la ofende con palabra desagradables, la castiga con el silencio y hace de cuenta que ella no existe. Esta mujer, que necesita imperiosamente del otro y tiene mucho miedo a ser abandonada, reprime su enojo y su malestar y aguanta el maltrato emocional. Pasan las semanas y es una caldera a punto de estallar. Cuando no puede más vuelve a reclamar, él vuelve a descalificar ese reclamo y ella no aguanta más: grita, llora, se descontrola. El la descalifica entonces aún más, le dice que está ‘loca’, que es ‘insoportable’, que en cuento pueda ‘se va y no la va a ver nunca más’. Ella, aterrorizada, vuelve a callar y así sucesivamente hasta que ‘se adapta’ a la situación. No habla más, no reclama más y se resigna a un desamor que la va carcomiendo lentamente”.

La violencia emocional tiene muchos rostros, pero todos ellos son difusos y difíciles de contar. La amenaza, en este caso, no es el golpe: es el abandono real o el desamor. El miedo a no ser querida, a que el otro se vaya, a no ser suficiente para complacerlo las coloca en una situación de sometimiento que permite el abuso psicológico por parte del otro. Es así que comienzan a enfermar.

La licenciada explicó que “lo primero es tomar conciencia y no naturalizar el maltrato. El amor se vive, se siente, no se padece. No tiene que ser una tortura cotidiana. Y no nos referimos a la idealización del amor romántico ni a una pareja inmaculada donde no pasan cosas. Nos referimos a tener un compañero en el que se pueda confiar y que se detenga frente al dolor que le puede causar al otro. Si el desprecio llegó para quedarse será el momento de pensar si se quiere vivir con ese inquilino. El desamor enferma, destruye la dignidad y la capacidad de las personas, les mutila la esperanza y progresivamente las transforma en seres insignificantes”.

Habrá que replantearse si vale la pena sostener un vínculo que solo lastima y no es más que una máscara de unión. “No es bueno que el hombre esté solo”. A veces, sí.

 

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