A 30 años recuerdan a los 25 bomberos (algunos adolescentes) que dejaron su vida en Puerto Madryn combatiendo un incendio

El 21 de enero de 1994 dejó una huella imborrable en el Sistema Nacional de Bomberos, ese día 25 bomberos voluntarios (muchos de ellos adolescentes) fallecieron combatiendo un incendio de campo en Puerto Madryn, provincia de Chubut.

Este triste acontecimiento marcó también un punto de inflexión en la dirigencia de todo el país. Fue un llamado de atención y de toma de conciencia “de las condiciones de trabajo de los bomberos voluntarios y de la necesidad de extremar las medidas de seguridad y fortalecer la capacitación en el abordaje de emergencias”.

La búsqueda constante del profesionalismo y mejoras continuas en la formación y preparación de los Bomberos Voluntarios “son la mejor manera de honrar y recordar todos los días a los 25 Bomberos de Madryn”.

Desde el Consejo de Federaciones de Bomberos Voluntarios de la República Argentina (CFBVRA) “nos solidarizamos con las familias que perdieron en ese momento a sus seres queridos y recordamos a quienes dieron su vida brindando un servicio a la comunidad: Daniel Araya, Mauricio Arcajo, Andrea Borredá, Ramiro Cabrera, Marcelo Cuello, Néstor Dancor, Alicia Giudice, Raúl Godoy, Alexis Gonzáles, Carlos Hegui, Lorena Jones, Alejandra López, Gabriel Luna, José Luis Manchula, Leandro Mangini, Cristian Meriño, Marcelo Miranda, Juan Moccio, Jesús Moya, Juan Manuel Paserini, Cristian Rochón, Paola Romero, Cristian Yambrún, Cristian Zárate y Juan Carlos Zárate. ¡Honor y Gloria!”.

A 30 AÑOS DE LA TRAGEDIA

Según la pericia policial, firmada por los comisarios Evaristo León y Antonio Ruscelli y el subcomisario Guillermo Schanz, que fue entregada a la justicia el 2 de febrero de 1994 y que publica Infobae, el incendio se inició al mediodía, cerca de una ermita ubicada junto a la ruta 3, a 15 kilómetros de Puerto Madryn y a metros de la rotonda sur del acceso a la ciudad. En un verano seco y caluroso, la vegetación (jarilla, piquillín, coirón, algarrobitos y moyes) encendió en forma veloz y el fuego se disparó hacia el campo que, por esa época, pertenecía a Ana Gallastegui.

El primero que se percató del humo fue un adolescente que alertó a la policía. A las 14.30, desde la seccional Primera llamaron a los bomberos.

El suboficial José Luis Manchula, máxima autoridad del cuartel de bomberos de Puerto Madryn aquel 21 de enero de 1994. Según la pericia policial, él ingresó con menores a combatir el fuego

Desde el cuartel partieron en dos grupos. Uno estaba a cargo de Daniel Zárate, y el otro, de Cristian Meriño. A bordo de sendos móviles, ingresaron unos 3.000 metros dentro del campo. Alcanzaron una construcción abandonada, a la que llamaban Puesto Gallastegui. A las 16.15, en el Móvil 8, arribó un tercer grupo a las órdenes del suboficial principal José Luis Manchula. De todo el personal del cuartel, ese día era quien tenía mayor autoridad. El jefe, Ricardo Vera, estaba en la localidad de Rawson. Con Manchula iban varios menores de edad. El equipo de protección del que disponían era limitado: botas de goma y overoles. También tenían cinco radiotransmisores para comunicarse entre ellos. Caminaron 400 metros en dirección oeste.

Cuando llegó Manchula, la temperatura era 28.8° y la velocidad del viento había trepado a los 25 kilómetros por hora, un 36% más que cuando se inició el fuego. Según se estableció, en ese momento las llamas avanzaban a una velocidad de 6 km/h hacia el oeste y a 3 km/h hacia el sur. Una hora después, el viento amainó hasta los 18 km/h.

Pero se sabe, o se supo luego de la tragedia, que el viento juega con las llamas, y es traicionero. Cinco minutos más tarde, el sargento Julio Laportilla llamó a la avanzada que combatía el fuego y los alertó sobre un cambio en la dirección y la velocidad del viento. Recibió la respuesta de Cristian Meriño, quien le dijo que podía ver, a unos 300 metros de distancia, el Puesto Gallastegui. Y que estaban todos bien. Pero Laportilla sabía de qué hablaba: en ese instante -según las pericias- el viento soplaba a 40 km/h (122% más que unos momentos antes) y la temperatura ambiente alcanzaba los 32°, la máxima de aquel día.

Cinco minutos más tarde, Laportilla insistió. Con cierta alarma, les advirtió que por el aumento de la velocidad del viento, las llamas tomaban mayor altura. Esta vez, nadie respondió. Se encontró con un silencio alarmante. Recién a los diez minutos de llamar con urgencia, escuchó la voz de Manchula: les pedía auxilio, porque las llamas los estaban cercando.

Laportilla, entonces, acudió en ayuda de sus compañeros. A las 17:38, según el reporte, las llamas impidieron que alcanzara el lugar que, intuían, podrían estar sus camaradas. Dos minutos más tarde lograron superar la barrera de fuego y llegaron hasta una tranquera. No vieron a nadie ni recibieron respuesta a sus llamados de radio. Pensaban que el grupo había buscado una vía de escape en dirección sur o por el oeste.

Recién a las 17:55, al no hallar a nadie, Laportilla se comunicó con el Cuartel Central y solicitó que hicieran sonar la sirena de alarma general.

Entre las 18:00 y las 18:15 se escucharon los últimos y angustiantes pedidos de socorro del grupo. El informe pericial lo señala con claridad: “Siendo lo último que captan probablemente la voz de un menor, que lo hacía con bastante desesperación”.

Ya no hubo más nada que hacer.

Los cuerpos fueron hallados recién a las 7.30 de la mañana del 25 de enero. Una patrulla encontró, entre animales calcinados, algunos cascos y palas. Siguieron caminando y hallaron, metros adelante, los primeros cadáveres. Y luego, al resto de los 25 bomberos que habían muerto la tarde anterior, encerrados por el cambio de dirección del viento y la fiereza que habían cobrado las llamas, sofocados y asfixiados por el calor y el humo.

Vera, el comandante del cuartel de Puerto Madryn, que había regresado de inmediato, reconocía la zona desde un avión al mismo tiempo que hallaban a sus bomberos fallecidos. Al ver el espantoso panorama, sufrió una crisis nerviosa y debió ser internado en la Clínica San Jorge de Puerto Madryn. Nunca más dirigió el cuartel.

El fuego se terminó de apagar 40 horas después. La desesperación de las familias de los muertos recién comenzaba.

El sábado 22 por la noche, 23 de los 25 cuerpos fueron velados en el Gimnasio Municipal (Ramiro Cabrera y Marcelo Miranda, por razones religiosas, tuvieron una despedida aparte). El domingo 23, al atardecer, los 25 féretros fueron colocados sobre un camión. La caravana ocupó varias cuadras. Había enviados de cuarteles de bomberos de todo el país. En el cementerio municipal, los nichos del número 268 al 293 esperaban a los fallecidos.

“La pérdida de un hijo es lo peor que le puede pasar a un ser humano. No te recuperás nunca”, admite la mamá de una de las víctimas en diálogo con Infobae. Nahuel, su hijo varón, se fue a vivir a Pinamar, porque no podía soportar la ausencia de su hermana. Allí se casó y le dio dos nietos, Juana y Felipe.

La causa judicial, como recordó Miriam Battistesa (bombera, casada con Daniel Zárate -que ese día combatió el incendio- y cuñada de dos víctimas, Juan Carlos y Cristian, que tenía apenas 14 años) “terminó en nada, literal. El que llevó a los chicos murió con ellos.”

Este domingo, en Puerto Madryn, habrá homenajes. El 21 de enero fue declarado como “Día del Mártir Bombero Voluntario”. Se colocarán placas en plaza del barrio Mapu Ngefu, donde las calles circulares llevan el nombre de los fallecidos.

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